Obra de Tito Salas. |
El 27 de mayo de 1819 inicia El Libertador, desde Mantecal, la marcha para liberar Nueva Granada. Esta campaña, que impuso el famoso paso de los Andes, duró setenta y cinco días «con asombro universal». La culminación de esta hazaña fue la batalla de Boyacá que dio la libertad a la Nueva Granada.La caballería republicana permaneció en los Llanos, en tanto que la infantería partió el 27 de mayo de 1819 desde Mantecal y se encaminó hacia los Andes.
Con el agua hasta la cintura avanza el Ejército
Libertador, por las tierras bajas de Apure y de Casanare. Las armas y la
pólvora flotan en balsas de cuero para preservarlas de la humedad. Se
propone realizar la idea que tuvo desde que cruzó el Orinoco por primera
vez en 1817: invadir la Nueva Granada, liberarla de los españoles y
hacer de ella junto a Venezuela un solo país que ha decidido denominar
La Gran Colombia. Su decisión lleva el respaldo del Congreso
Constituyente, reunido en febrero de ese año de 1819 en Angostura,
aunque delegó en el Congreso su cargo de Jefe Supremo, con que lo
invistieron los jefes venezolanos tres años atrás. La Asamblea, a pesar
de su oposición, fue elegido Presidente Constitucional de la República.
El Libertador: cruzará Los Andes, siguiendo los pasos de uno de sus antepasados que lo cruzó por el mismo sitio, por el paso más peligroso, el páramo de Písba a más de tres mil quinientos metros. Los españoles al otro lado de la cordillera se sienten seguros por aquella sierra eternamente nevada en medio del Ecuador. Los abras montañosos donde humanamente se puede transitar son pocos. El Coronel Barreiro, quien los manda, ha cometido el error de dispersar a sus hombres en un largo trecho. Lo que Barreiro jamás podrá imaginarse es que Bolívar pretende caer sobre él a través de un pasaje inverosímil. Páez se ha negado a cruzar la cordillera para liberar a los reinosos, como llama despectivamente a los habitantes del Nuevo Reino de Granada. Al llegar a Casanare los dos ejércitos se dividen. Al pie de monte lo espera Francisco de Paula Santander con doscientos compatriotas suyos.
Tres mil hombres acompañan al Libertador, a través del brumoso y helado Páramo; la nieve paramera mete sus dentelladas en los cuerpos semidesnudos de los hombres de las tierras bajas. El soroche o mal de páramo, que hace mullidos y mortales colchones de la tierra helada. A muchos hay que azotarlos hasta la flagelación para que abandonen aquel sueño de muerte. Muchos se niegan y se quedan para siempre yertos en aquellas tierras heladas. Otros se despeñan con sus caballos por los precipicios. El frío de la montaña cobra más victimas que las fiebres de los pantanos y las balas del enemigo. Bolívar no desmaya ante la adversidad. En tono conmiserativo heroico o imperativo apuntala con sus palabras y amenazas la marcha hacia el otro lado. Al llegar a la cumbre el sufrimiento y la muerte alcanzan su paroxismo. Pero todos recuerdan. Antes la muerte y lo que sea, que volver sobre sus pasos. Ahora tan sólo queda vencer o morir. Bolívar saca cuentas de los tres mil hombres con los que inició el ascenso, han muerto mil ochocientos. Con los mil doscientos que quedan y los patriotas neogranadinos, que habrán de sumárseles tan pronto lleguen a bajo; tiene gente más que suficiente como para hechar de la Nueva Granada al Virrey Sámano y a todo el ejército español.
El Libertador: cruzará Los Andes, siguiendo los pasos de uno de sus antepasados que lo cruzó por el mismo sitio, por el paso más peligroso, el páramo de Písba a más de tres mil quinientos metros. Los españoles al otro lado de la cordillera se sienten seguros por aquella sierra eternamente nevada en medio del Ecuador. Los abras montañosos donde humanamente se puede transitar son pocos. El Coronel Barreiro, quien los manda, ha cometido el error de dispersar a sus hombres en un largo trecho. Lo que Barreiro jamás podrá imaginarse es que Bolívar pretende caer sobre él a través de un pasaje inverosímil. Páez se ha negado a cruzar la cordillera para liberar a los reinosos, como llama despectivamente a los habitantes del Nuevo Reino de Granada. Al llegar a Casanare los dos ejércitos se dividen. Al pie de monte lo espera Francisco de Paula Santander con doscientos compatriotas suyos.
Tres mil hombres acompañan al Libertador, a través del brumoso y helado Páramo; la nieve paramera mete sus dentelladas en los cuerpos semidesnudos de los hombres de las tierras bajas. El soroche o mal de páramo, que hace mullidos y mortales colchones de la tierra helada. A muchos hay que azotarlos hasta la flagelación para que abandonen aquel sueño de muerte. Muchos se niegan y se quedan para siempre yertos en aquellas tierras heladas. Otros se despeñan con sus caballos por los precipicios. El frío de la montaña cobra más victimas que las fiebres de los pantanos y las balas del enemigo. Bolívar no desmaya ante la adversidad. En tono conmiserativo heroico o imperativo apuntala con sus palabras y amenazas la marcha hacia el otro lado. Al llegar a la cumbre el sufrimiento y la muerte alcanzan su paroxismo. Pero todos recuerdan. Antes la muerte y lo que sea, que volver sobre sus pasos. Ahora tan sólo queda vencer o morir. Bolívar saca cuentas de los tres mil hombres con los que inició el ascenso, han muerto mil ochocientos. Con los mil doscientos que quedan y los patriotas neogranadinos, que habrán de sumárseles tan pronto lleguen a bajo; tiene gente más que suficiente como para hechar de la Nueva Granada al Virrey Sámano y a todo el ejército español.
En sorprendente y osado movimiento estratégico, el ejército patriota, disciplinado por oficiales extranjeros y reforzado con numerosos reclutas, cruzó los Andes e inicio la campaña de Nueva Granada.
Los meses transcurridos en la Guayana permitieron al ejército patriota reorganizarse, disciplinarse, incorporar numerosos oficiales ingleses, irlandeses, franceses y de otras nacionalidades europeas y adiestrar a los reclusos que acudieron de todas las provincias.
Paso del ejército del Libertador por el Páramo de Pisba- |
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