Doña María Ana Carcelén de Guevara y Larrea-Zurbano, VII Marquesa de Solanda y VI de Villarocha, II Gran Mariscala de Ayacucho, esposa del prócer independentista Antonio José de Sucre. |
María Ana Carcelén de Guevara y Larrea-Zurbano, llamada comúnmente Mariana, (27 de julio de 1805, Hacienda Solanda, Quito, Imperio español - 15 de diciembre de 1861, Hacienda La Delicia, Quito, Ecuador), notable dama quiteña, miembro de una aristocrática familia de la capital de la entonces Audiencia de Quito. Poseyó algunos títulos nobiliarios importantes, incluidos los marquesados de Solanda y de Villarocha. Fue también esposa del prócer independentista venezolano Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, por lo que es considerada además la primerísima Primera Dama de Bolivia.
El 24 de mayo de 1822, Mariana Carcelén se refugió con su madre y hermanas en el convento de Santo Domingo, para evitar cualquier desmán de las fuerzas combatientes en la batalla de Pichincha. Después de la batalla, al oír el ruido de las tropas de Sucre
que se alineaban frente al convento, la joven Mariana pidió prestada
una capucha y, movida por la curiosidad, se asomó a verlo. Sucre al
preguntar por quien aparentaba ser un fraile, un religioso le aclaró que
se trataba de la marquesa de Solanda que se había refugiado allí.
Seguidamente, el Mariscal entró al convento para hablar con Mariana y
sus parientes ofreciéndoles toda clase de garantías para que pudieran
volver tranquilas a su casa. En 1826, el gran mariscal quiso saber la
opinión de Bolívar sobre este noviazgo, recurriendo a él no como jefe
sino como padre y amigo; con esta consulta, quería asegurarse de no
afectar los planes políticos del Libertador, quien al final se tornó
comprensivo, aunque lamentó perder el constante apoyo de su pupilo.
Mariana Carcelén de Guevara, por Diego Benalcázar (1827). |
Mientras cumplía con sus funciones presidenciales en Bolivia, Sucre
mantuvo en la distancia su relación amorosa, renovada a través de un
intenso intercambio epistolar. No obstante, de manera simultánea,
entabló tres relaciones amatorias en Guayaquil, La Paz y Chuquisaca; en
esta última población estrechó vínculos sentimentales con doña María
Manuela Rojas, romance que le acarreó al cumanés serias complicaciones
por cuanto esta mujer se hallaba comprometida con Casimiro Olañeta. El
engañado, quien había sido consejero de Sucre, jamás le perdonó esta
aleve traición y eso lo llevó a maquinar un atentado que se materializó
el 18 de abril de 1828, insuceso del cual su víctima salió malherida. A
pesar de estas aventuras, en el fondo, Mariana seguía siendo la mujer de
sus afectos. En medio de un ambiente político lleno de rivalidades, la
firme intención de Sucre era retirarse de la actividad pública y
reunirse con su amada Mariana.
Fue así como José Antonio pide la mano de Mariana en matrimonio, en
parte enamorados, en parte presionados por la familia Carcelén. Debido a
que el Mariscal Sucre no podía desatender su cargo de Presidente de
Bolivia, entregó un poder al general Vicente Aguirre para que le
representara en la ceremonia matrimonial efectuada el día 20 de abril de 1828 en la ciudad de Quito. Previamente, Sucre le encargó al general Aguirre adquirir la parte nororiental de la inmensa Mansión Carcelén
para destinarla como residencia del matrimonio. Acto seguido, y
mediante correspondencia, le reseñó a Sucre la estructura del inmueble, y
éste, gracias a sus estudios colegiales de ingeniería, mandó unos
planos para su rehabilitación y decoración.
Mariana junto a su esposo, Antonio José de Sucre. |
Luego, el Mariscal Sucre se dirigiría a Quito, a donde llegaría el 30 de septiembre
de ese año para hacer vida familiar con su esposa, recibiendo una carta
de Simón Bolívar deseándole lo mejor en su nueva vida y que viese
cristalizados sus sueños personales: «Ojalá sea usted más dichoso que
los héroes de la Grecia cuando tornaron de Troya. Quiera el cielo que
usted sea feliz en los brazos de su nueva Penélope».
De esta unión, diez meses más tarde, nació su hija María Teresa de Sucre y Carcelén de Guevara,
aunque en un principio al padre no le agradó mucho que hubiese sido
niña, y así lo hizo saber en repetidas ocasiones, pues confesó que «sin duda hubiese preferido un soldado para la Patria».
Muy decepcionado se sintió Bolívar al no ser él el escogido como
padrino de bautizo, a lo cual Sucre se esmeró por excusarse,
ofreciéndole en nombre suyo y en el de Mariana las expresiones de
agradecimiento por tantas muestras de afecto.
En su condición de esposa del Mariscal Sucre, Mariana se convirtió en la primerísima Primera Dama de Bolivia
durante los ocho días posteriores a su boda por poderes, entre el 20 y
el 28 de abril de 1828, después de lo cual su marido renunciaría a la
presidencia de ese país. La Marquesa y el Mariscal invirtieron mucho
tiempo y dinero en la ampliación de la antigua casa de hacienda de la
familia Carcelén en el oriente de la ciudad, hasta convertirlo en una
edificación conocida como Palacio de El Deán,
y en el que la pareja pasó mucho tiempo a pesar de que su residencia
oficial era la Mansión Carcelén, en el centro de Quito. Mariana
aprovechó este tiempo para acercarse a la familia de su esposo,
especialmente a su cuñado Jerónimo.
Pero al parecer, no todo era dicha para la pareja, pues la Marquesa
no había resultado muy hábil para el manejo de los caudales heredados de
su por demás rica familia. Se sabe incluso que se negó a pagar una
contribución forzosa al Gobierno, aporte que finalmente debió efectuar
Sucre de su propio peculio. En varios momentos, él se sintió desesperado
ante los tropiezos que había experimentado en su intento por afianzar
unas sólidas bases económicas que le aseguraran un mejor futuro a su
primogénita.
En noviembre de 1829, el Mariscal Sucre recibió la orden de regresar a Bogotá para presidir un Congreso mediante el cual se quiso evitar la disolución de la Gran Colombia.
Poco antes de abandonar Quito, dejó firmado su testamento declarando
como heredera universal a su hija Teresa. Aún hoy persiste el dilema de
por qué excluyó a su esposa, aunque autores como Rumazo sostienen que lo
hizo en prevención a que ella enviudara y volviera a casarse, con lo
cual la pequeña quedaría desamparada.
Durante el viaje a la capital grancolombiana, Mariana se mantuvo muy presente en la mente de Sucre, y él así se lo hizo saber: «Te
escribo (…) para decirte que te pienso cada vez con más ternura, para
asegurarte que desespero por ir junto a ti; para pedirte que por
recompensa de mis delirios, de mi adoración por ti, me quieras mucho me
pienses mucho(…) Todo, todo, todo lo pospondré a dos objetos: primero el
complacerte, y segundo, a mi repugnancia por la carrera pública. Solo
quiero vivir contigo en el retiro y en el sosiego. Me alegraré si puedo
con esto darte pruebas incontestables de que mi corazón está enteramente
consagrado a ti, y de que soy digno de que busques los medios de
complacerme y de corresponderme».
En una misiva posterior, confesó
estar cada vez más enamorado de su esposa y para complacerla en la
distancia, había recomendado a su edecán que le consiguiera unos
brillantes y a su hermano Jerónimo que le comprara unas perlas, pero
este último obsequio llegó tarde a su destinatario.
Luego de terminado el Congreso extraordinario, Sucre intentó regresar
a Quito antes de la fecha de su cumpleaños para así celebrarlo con su
hija y su esposa. Más, fue asesinado el 4 de junio de 1830 en las montañas de Berruecos, al norte del entonces Distrito del Sur, ya estando cerca de la ciudad de Pasto (actual Colombia).
La Marquesa se enteró del hecho un par de semanas más tarde, debido a
las dificultades comunicacionales de la época; dolida e indignada
redactó entonces una enérgica carta al general José María Obando, acusándolo de haber tramado el homicidio de su esposo.
Al saberse la fatídica noticia, un grupo de payaneses remitió a la
Marquesa un mensaje de condolencia. Mientras que, en su nota de pésame,
esto le escribió Simón Bolívar: «No concibo, señora, hasta dónde
llegará la opresión penosa que debe haber causado a usted esta pérdida
tan irreparable como sensible(…) Todo nuestro consuelo, si es que hay
alguno, se funda en los torrentes de lágrimas que Colombia entera y la
mitad de América deben a tan heroico bienhechor». En medio de su
tribulación, la viuda halla una luz de consuelo en estas elogiosas
palabras del Libertador, y prepara una contestación no menos sentida: «Usted perdió un amigo leal que conocía sus méritos, y yo un compañero cuya triste memoria amargará los días de mi vida».
En reverencia a la voluntad testamentaria del Gran Mariscal, la
marquesa le anunció a Simón Bolívar el envío de la espada que el
Congreso de Colombia le había concedido a su marido por el triunfo
alcanzado en la Batalla de Ayacucho.
El Libertador finalmente sugiere que tal obsequio lo reciba la pequeña
María Teresa, y decide además rendir un homenaje a Mariana confiriéndole
el título de “Su Excelencia la Gran Mariscala de Ayacucho”.
Con el fin de rescatar el cuerpo del general inmolado, y así evitar
que fuera profanado o cayera en manos de los enemigos, Mariana imparte
órdenes a Isidro Arauz, Mayordomo del Palacio de El Deán
y a Lorenzo Caicedo, sargento negro de su guardia personal, para que lo
ubicaran y lo regresen a escondidas a Quito. Después de esto, los
despojos mortales fueron enterrados con máxima discreción en el altar de
la capilla del Palacio. La marquesa, sin embargo, hizo circular la
noticia de que los restos yacían en la iglesia de San Francisco,
con lo cual distrajo la atención de los investigadores y curiosos. Un
par de años más tarde ordenó trasladarlos de manera sigilosa hasta el
convento de El Carmen Bajo, donde fueron sepultados en el altar de la
iglesia, hasta donde iba seguido a llorar sus restos y a ofrecer misas
para el descanso de su alma, según contaban algunas monjas de la
congregación.
Después de su viudez, Mariana siguió manteniendo correspondencia con la familia de su esposo y con el Libertador Simón Bolívar hasta la muerte de él. Se dice que Jerónimo Sucre, hermano del Mariscal, la trataba de "hermana", porque era lo único que le quedaba de quien si lo había sido por sangre.
Tras una larga búsqueda por parte de los gobiernos ecuatoriano y
venezolano, y de la familia del Gran Mariscal, los restos ocultados por
la marquesa durante siete décadas, fueron hallados finalmente en el año
1900. El descubrimiento se dio gracias a la revelación que hizo poco
antes de morir la quiteña Rosario Rivadeneira, a quien Mariana le había
confiado el secreto. Sobre el ataúd, la comisión de médicos forenses
halló un vestido negro de seda que se presume era de la Marquesa.
Retrato que lleva por nombre "Mariana de Solanda", en el que aparece Mariana Carcelén de Guevara y Larrea, VII marquesa de Solanda y VI de Villarocha. Esposa de Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho y héroe de la Independencia latinoamericana. Después del asesinato de su primer marido contrajo segunda nupcias con el general Isidoro Barriga, quien al igual que su primer esposo también había formado parte de los ejércitos bolivarianos. |
El 4 de junio de 1904, fecha que coincidía con el aniversario del
sacrificio del general, fue conducido el féretro con sus restos desde el
Convento hasta la Catedral de Quito, donde se le rindieron los honores póstumos de rigor. La oración fúnebre estuvo a cargo de Federico González Suárez, Obispo de Ibarra, quien hizo alusión al devoto amor de la viuda: «La
dignísima Marquesa de Solanda lloraba callando, cumpliendo, como
Ezequiel, la orden de Dios de gemir en silencio(…) Aquella guarda
celosa, vigilante del cadáver, constará siempre como rasgo de gran
altura y nobleza. Hay allí una medida del dolor».
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