Matrimonio en Quito- Ecuador, el Mariscal Antonio José de Sucre con Mariana Carcelón y Larrea Marquesa de Solanda. 1828

Mariana Carcelén de Guevara.jpg
Doña María Ana Carcelén de Guevara y Larrea-Zurbano, VII Marquesa de Solanda y VI de Villarocha, II Gran Mariscala de Ayacucho, esposa del prócer independentista Antonio José de Sucre.



María Ana Carcelén de Guevara y Larrea-Zurbano, llamada comúnmente Mariana, (27 de julio de 1805, Hacienda Solanda, Quito, Imperio español - 15 de diciembre de 1861, Hacienda La Delicia, Quito, Ecuador), notable dama quiteña, miembro de una aristocrática familia de la capital de la entonces Audiencia de Quito. Poseyó algunos títulos nobiliarios importantes, incluidos los marquesados de Solanda y de Villarocha. Fue también esposa del prócer independentista venezolano Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, por lo que es considerada además la primerísima Primera Dama de Bolivia.


El 24 de mayo de 1822, Mariana Carcelén se refugió con su madre y hermanas en el convento de Santo Domingo, para evitar cualquier desmán de las fuerzas combatientes en la batalla de Pichincha. Después de la batalla, al oír el ruido de las tropas de Sucre que se alineaban frente al convento, la joven Mariana pidió prestada una capucha y, movida por la curiosidad, se asomó a verlo. Sucre al preguntar por quien aparentaba ser un fraile, un religioso le aclaró que se trataba de la marquesa de Solanda que se había refugiado allí. Seguidamente, el Mariscal entró al convento para hablar con Mariana y sus parientes ofreciéndoles toda clase de garantías para que pudieran volver tranquilas a su casa. En 1826, el gran mariscal quiso saber la opinión de Bolívar sobre este noviazgo, recurriendo a él no como jefe sino como padre y amigo; con esta consulta, quería asegurarse de no afectar los planes políticos del Libertador, quien al final se tornó comprensivo, aunque lamentó perder el constante apoyo de su pupilo.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/20/Mariana_Carcel%C3%A9n_de_Guevara_y_Larrea%2C_por_Diego_de_Benalc%C3%A1zar_%281827%29.png
Mariana Carcelén de Guevara, por Diego Benalcázar (1827).

Mientras cumplía con sus funciones presidenciales en Bolivia, Sucre mantuvo en la distancia su relación amorosa, renovada a través de un intenso intercambio epistolar. No obstante, de manera simultánea, entabló tres relaciones amatorias en Guayaquil, La Paz y Chuquisaca; en esta última población estrechó vínculos sentimentales con doña María Manuela Rojas, romance que le acarreó al cumanés serias complicaciones por cuanto esta mujer se hallaba comprometida con Casimiro Olañeta. El engañado, quien había sido consejero de Sucre, jamás le perdonó esta aleve traición y eso lo llevó a maquinar un atentado que se materializó el 18 de abril de 1828, insuceso del cual su víctima salió malherida. A pesar de estas aventuras, en el fondo, Mariana seguía siendo la mujer de sus afectos. En medio de un ambiente político lleno de rivalidades, la firme intención de Sucre era retirarse de la actividad pública y reunirse con su amada Mariana.

Fue así como José Antonio pide la mano de Mariana en matrimonio, en parte enamorados, en parte presionados por la familia Carcelén. Debido a que el Mariscal Sucre no podía desatender su cargo de Presidente de Bolivia, entregó un poder al general Vicente Aguirre para que le representara en la ceremonia matrimonial efectuada el día 20 de abril de 1828 en la ciudad de Quito. Previamente, Sucre le encargó al general Aguirre adquirir la parte nororiental de la inmensa Mansión Carcelén para destinarla como residencia del matrimonio. Acto seguido, y mediante correspondencia, le reseñó a Sucre la estructura del inmueble, y éste, gracias a sus estudios colegiales de ingeniería, mandó unos planos para su rehabilitación y decoración.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/dc/Antonio_Jos%C3%A9_de_Sucre_y_Mariana_Carcel%C3%A9n_de_Guevara.jpg
Mariana junto a su esposo, Antonio José de Sucre.


Luego, el Mariscal Sucre se dirigiría a Quito, a donde llegaría el 30 de septiembre de ese año para hacer vida familiar con su esposa, recibiendo una carta de Simón Bolívar deseándole lo mejor en su nueva vida y que viese cristalizados sus sueños personales: «Ojalá sea usted más dichoso que los héroes de la Grecia cuando tornaron de Troya. Quiera el cielo que usted sea feliz en los brazos de su nueva Penélope».

De esta unión, diez meses más tarde, nació su hija María Teresa de Sucre y Carcelén de Guevara, aunque en un principio al padre no le agradó mucho que hubiese sido niña, y así lo hizo saber en repetidas ocasiones, pues confesó que «sin duda hubiese preferido un soldado para la Patria».
Muy decepcionado se sintió Bolívar al no ser él el escogido como padrino de bautizo, a lo cual Sucre se esmeró por excusarse, ofreciéndole en nombre suyo y en el de Mariana las expresiones de agradecimiento por tantas muestras de afecto.

En su condición de esposa del Mariscal Sucre, Mariana se convirtió en la primerísima Primera Dama de Bolivia durante los ocho días posteriores a su boda por poderes, entre el 20 y el 28 de abril de 1828, después de lo cual su marido renunciaría a la presidencia de ese país. La Marquesa y el Mariscal invirtieron mucho tiempo y dinero en la ampliación de la antigua casa de hacienda de la familia Carcelén en el oriente de la ciudad, hasta convertirlo en una edificación conocida como Palacio de El Deán, y en el que la pareja pasó mucho tiempo a pesar de que su residencia oficial era la Mansión Carcelén, en el centro de Quito. Mariana aprovechó este tiempo para acercarse a la familia de su esposo, especialmente a su cuñado Jerónimo.

Pero al parecer, no todo era dicha para la pareja, pues la Marquesa no había resultado muy hábil para el manejo de los caudales heredados de su por demás rica familia. Se sabe incluso que se negó a pagar una contribución forzosa al Gobierno, aporte que finalmente debió efectuar Sucre de su propio peculio. En varios momentos, él se sintió desesperado ante los tropiezos que había experimentado en su intento por afianzar unas sólidas bases económicas que le aseguraran un mejor futuro a su primogénita.

En noviembre de 1829, el Mariscal Sucre recibió la orden de regresar a Bogotá para presidir un Congreso mediante el cual se quiso evitar la disolución de la Gran Colombia. Poco antes de abandonar Quito, dejó firmado su testamento declarando como heredera universal a su hija Teresa. Aún hoy persiste el dilema de por qué excluyó a su esposa, aunque autores como Rumazo sostienen que lo hizo en prevención a que ella enviudara y volviera a casarse, con lo cual la pequeña quedaría desamparada.
Desconocido - Museo Jacinto Jijón y Caamaño (Pontificia Universidad Católica del Ecuador), Quito.

Durante el viaje a la capital grancolombiana, Mariana se mantuvo muy presente en la mente de Sucre, y él así se lo hizo saber: «Te escribo (…) para decirte que te pienso cada vez con más ternura, para asegurarte que desespero por ir junto a ti; para pedirte que por recompensa de mis delirios, de mi adoración por ti, me quieras mucho me pienses mucho(…) Todo, todo, todo lo pospondré a dos objetos: primero el complacerte, y segundo, a mi repugnancia por la carrera pública. Solo quiero vivir contigo en el retiro y en el sosiego. Me alegraré si puedo con esto darte pruebas incontestables de que mi corazón está enteramente consagrado a ti, y de que soy digno de que busques los medios de complacerme y de corresponderme»
En una misiva posterior, confesó estar cada vez más enamorado de su esposa y para complacerla en la distancia, había recomendado a su edecán que le consiguiera unos brillantes y a su hermano Jerónimo que le comprara unas perlas, pero este último obsequio llegó tarde a su destinatario.


Luego de terminado el Congreso extraordinario, Sucre intentó regresar a Quito antes de la fecha de su cumpleaños para así celebrarlo con su hija y su esposa. Más, fue asesinado el 4 de junio de 1830 en las montañas de Berruecos, al norte del entonces Distrito del Sur, ya estando cerca de la ciudad de Pasto (actual Colombia). La Marquesa se enteró del hecho un par de semanas más tarde, debido a las dificultades comunicacionales de la época; dolida e indignada redactó entonces una enérgica carta al general José María Obando, acusándolo de haber tramado el homicidio de su esposo.

Al saberse la fatídica noticia, un grupo de payaneses remitió a la Marquesa un mensaje de condolencia. Mientras que, en su nota de pésame, esto le escribió Simón Bolívar: «No concibo, señora, hasta dónde llegará la opresión penosa que debe haber causado a usted esta pérdida tan irreparable como sensible(…) Todo nuestro consuelo, si es que hay alguno, se funda en los torrentes de lágrimas que Colombia entera y la mitad de América deben a tan heroico bienhechor». En medio de su tribulación, la viuda halla una luz de consuelo en estas elogiosas palabras del Libertador, y prepara una contestación no menos sentida: «Usted perdió un amigo leal que conocía sus méritos, y yo un compañero cuya triste memoria amargará los días de mi vida».
En reverencia a la voluntad testamentaria del Gran Mariscal, la marquesa le anunció a Simón Bolívar el envío de la espada que el Congreso de Colombia le había concedido a su marido por el triunfo alcanzado en la Batalla de Ayacucho. El Libertador finalmente sugiere que tal obsequio lo reciba la pequeña María Teresa, y decide además rendir un homenaje a Mariana confiriéndole el título de “Su Excelencia la Gran Mariscala de Ayacucho”.

Con el fin de rescatar el cuerpo del general inmolado, y así evitar que fuera profanado o cayera en manos de los enemigos, Mariana imparte órdenes a Isidro Arauz, Mayordomo del Palacio de El Deán y a Lorenzo Caicedo, sargento negro de su guardia personal, para que lo ubicaran y lo regresen a escondidas a Quito. Después de esto, los despojos mortales fueron enterrados con máxima discreción en el altar de la capilla del Palacio. La marquesa, sin embargo, hizo circular la noticia de que los restos yacían en la iglesia de San Francisco, con lo cual distrajo la atención de los investigadores y curiosos. Un par de años más tarde ordenó trasladarlos de manera sigilosa hasta el convento de El Carmen Bajo, donde fueron sepultados en el altar de la iglesia, hasta donde iba seguido a llorar sus restos y a ofrecer misas para el descanso de su alma, según contaban algunas monjas de la congregación.

Después de su viudez, Mariana siguió manteniendo correspondencia con la familia de su esposo y con el Libertador Simón Bolívar hasta la muerte de él. Se dice que Jerónimo Sucre, hermano del Mariscal, la trataba de "hermana", porque era lo único que le quedaba de quien si lo había sido por sangre.
Tras una larga búsqueda por parte de los gobiernos ecuatoriano y venezolano, y de la familia del Gran Mariscal, los restos ocultados por la marquesa durante siete décadas, fueron hallados finalmente en el año 1900. El descubrimiento se dio gracias a la revelación que hizo poco antes de morir la quiteña Rosario Rivadeneira, a quien Mariana le había confiado el secreto. Sobre el ataúd, la comisión de médicos forenses halló un vestido negro de seda que se presume era de la Marquesa.
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/2/28/Mariana_de_Solanda.JPG/800px-Mariana_de_Solanda.JPG
Retrato que lleva por nombre "Mariana de Solanda", en el que aparece Mariana Carcelén de Guevara y Larrea, VII marquesa de Solanda y VI de Villarocha. Esposa de Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho y héroe de la Independencia latinoamericana. Después del asesinato de su primer marido contrajo segunda nupcias con el general Isidoro Barriga, quien al igual que su primer esposo también había formado parte de los ejércitos bolivarianos.

El 4 de junio de 1904, fecha que coincidía con el aniversario del sacrificio del general, fue conducido el féretro con sus restos desde el Convento hasta la Catedral de Quito, donde se le rindieron los honores póstumos de rigor. La oración fúnebre estuvo a cargo de Federico González Suárez, Obispo de Ibarra, quien hizo alusión al devoto amor de la viuda: «La dignísima Marquesa de Solanda lloraba callando, cumpliendo, como Ezequiel, la orden de Dios de gemir en silencio(…) Aquella guarda celosa, vigilante del cadáver, constará siempre como rasgo de gran altura y nobleza. Hay allí una medida del dolor».

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

copyright © . all rights reserved. designed by Color and Code

grid layout coding by helpblogger.com