La ocupación de Maracaibo por las tropas republicanas, luego de la
Declaración de su Independencia, el 28 de Enero de 1821, a juicio del
Capitán General Miguel de La Torre, era violación del armisticio de
1820. A lo que Bolívar respondió que se había procedido según los
principios del derecho, y por tanto, no devolvería a Maracaibo.
Como consecuencia, fijaron reanudar las hostilidades, el 28 de abril, y el 24 de junio, el Libertador venció al ejército del rey en la Batalla de Carabobo.
Sin embargo, por esta importante batalla con que se creyó quedaba sellada la guerra en Venezuela, no se produjo capitulación por el jefe La Torre, quien con su Estado Mayor logró evadirse protegido por su batallón Valencey, para llegar en medio de una noche lluviosa a Puerto Cabello, convertido por algún tiempo, en centro inexpugnable de la resistencia peninsular.
Esto facilitó al General Francisco Tomás Morales, durante los primeros meses de 1822, invadir la Provincia de Coro y la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, tomando la Villa de Altagracia, y yendo luego a Santa Rita, cuyos habitantes, a excepción del Cura José de Jesús Gutiérrez, don Valetín Socorro y la guerrillera realista Josefina Benavides, se habían trasladado con todas sus embarcaciones a la isla de Burros, hoy Providencia, conducta que provocó la iracundia del jefe canario quien hizo echar abajo los frondosos cocoteros, e incendiar las casas de los patriotas señaladas por la espía Benavides.
Avanzaron los realistas hacia Cabimas y Lagunillas, apoderándose de varias naves, con las que pronto regresaron a los poblados del Norte.
Morales decide enviar a Maracaibo, dos columnas comandadas por el Coronel Lorenzo Morillo y el Capitán Juan Ballesteros, mientras él se queda en Altagracia pendiente de los resultados de la operación para lanzarse con el resto de sus fuerzas sobre la capital zuliana.
El General patriota Lino de Clemente, despliega sus soldados hacia la Cañada del Manglar; empero, cuando comienza el desembarco de Morillo, recibe la noticia de una invasión semejante por Bellavista. Entonces, ordena al Coronel José Rafael de las Heras, ir con el batallón Maracaibo a hacerle frente. Mientras tanto, recrudece el combate en la cañada del Manglar, pero los realistas, logran desembarcar y retirarse hacia Perijá.
La otra columna española saltó a tierra por el hato de La Hoyada. Su comandante, Ballesteros, busca el lugar propicio para plantear el combate; y en este afán, penetra en el hato de Juana de Ávila, haciendo ubicar sus efectivos en ventajosas posiciones, detrás de cercas de curarire a pique, y de enormes piedras de ojo, usadas como escudos y mampuestos.
El comandante de Las Heras precisa al invasor. Y allí empieza la batalla con un formidable asalto. Las tropas del imperio español, se comportan con la mayor bravura sin poder disparar sus cañones, y a cambio, hacen cerradas descargas de fusilería. Las detonaciones en medio de una densa nube de humo y polvo, dan paso a los golpes secos y chirridos de bayonetas, sables y cuchillos. Ballesteros se crece en audacia y resiste temerariamente el masivo y certero ataque de los independientes. Se trata de un sangriento combate en que infantería y caballería pelean en muy poco espacio, levantando demasiada arena y creando terrible confusión. Esta batalla había comenzado a las tres de la tarde, y transcurrida media hora, sus contrincantes no cedían campo.
En una segunda etapa de la contienda, Heras, espada en mano se aparta, toma distancia y se lanza montado sobre su brioso equino, señalando hacia adonde se halla el comandante realista. Quiere concentrar la actividad en el punto de más poder de fuego, con la mala fortuna, de que su caballo enreda sus extremidades en una trinchera, causa de que el bizarro prócer saliera proyectado contra una gigantesca piedra, inmolando allí mismo su vida.
Los Oficiales que acompañan a Heras, van sucesivamente ocupando el mando de quienes caen muertos o heridos. Manuel León, fue sustituido por Paredes y éste por Ochoa, etc. En estas circunstancias es cuando los Sargentos Carlos, Bruno y Fermín Mas y Rubí, comandando sus compañías, cumplen con ejemplar heroísmo la última orden de su comandante que acaba de morir delante de ellos; y convertidos en titanes arrastran con su entusiasmo al resto de las tropas que arrollan y envuelven a los contrarios, entre quienes se halla su jefe Ballesteros quien cae herido de muerte, y sus hombres huyen o se rinden a discreción.
Francisco Tomás Morales al saber la derrota de su ejército en Maracaibo, no tuvo más camino que dirigirse de regreso a Puerto Cabello a llevar las malas nuevas a La Torre, quien lo esperaba para hacerle entrega del cargo de Capitán General de España en Venezuela, porque según trascendió de fuentes íntimas, él no quería ser el sepulturero del Imperio español.
Morales, ahora envalentonado con los máximos poderes, seguirá en su empeño de tomar a Maracaibo. Invadirá por la Guajira y logrará su objetivo venciendo en Salina Rica. Los patriotas rescatarán al Zulia en la Batalla Naval del Lago, y el mismo Morales firmará su Capitulación el 3 de Agosto de 1823, quedando la Patria libre para siempre.
Como recuerdo de esta gloriosa Batalla de Juana de Ávila, ganada por los patriotas el 24 de abril de 1822, aún permanece enrejada la enorme piedra de ojo, silente testigo de otra heroica página de la Historia de Venezuela, precisamente, frente a la Facultad de Ingeniería de nuestra Alma Mater.
Como consecuencia, fijaron reanudar las hostilidades, el 28 de abril, y el 24 de junio, el Libertador venció al ejército del rey en la Batalla de Carabobo.
Sin embargo, por esta importante batalla con que se creyó quedaba sellada la guerra en Venezuela, no se produjo capitulación por el jefe La Torre, quien con su Estado Mayor logró evadirse protegido por su batallón Valencey, para llegar en medio de una noche lluviosa a Puerto Cabello, convertido por algún tiempo, en centro inexpugnable de la resistencia peninsular.
Esto facilitó al General Francisco Tomás Morales, durante los primeros meses de 1822, invadir la Provincia de Coro y la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, tomando la Villa de Altagracia, y yendo luego a Santa Rita, cuyos habitantes, a excepción del Cura José de Jesús Gutiérrez, don Valetín Socorro y la guerrillera realista Josefina Benavides, se habían trasladado con todas sus embarcaciones a la isla de Burros, hoy Providencia, conducta que provocó la iracundia del jefe canario quien hizo echar abajo los frondosos cocoteros, e incendiar las casas de los patriotas señaladas por la espía Benavides.
Avanzaron los realistas hacia Cabimas y Lagunillas, apoderándose de varias naves, con las que pronto regresaron a los poblados del Norte.
Morales decide enviar a Maracaibo, dos columnas comandadas por el Coronel Lorenzo Morillo y el Capitán Juan Ballesteros, mientras él se queda en Altagracia pendiente de los resultados de la operación para lanzarse con el resto de sus fuerzas sobre la capital zuliana.
El General patriota Lino de Clemente, despliega sus soldados hacia la Cañada del Manglar; empero, cuando comienza el desembarco de Morillo, recibe la noticia de una invasión semejante por Bellavista. Entonces, ordena al Coronel José Rafael de las Heras, ir con el batallón Maracaibo a hacerle frente. Mientras tanto, recrudece el combate en la cañada del Manglar, pero los realistas, logran desembarcar y retirarse hacia Perijá.
La otra columna española saltó a tierra por el hato de La Hoyada. Su comandante, Ballesteros, busca el lugar propicio para plantear el combate; y en este afán, penetra en el hato de Juana de Ávila, haciendo ubicar sus efectivos en ventajosas posiciones, detrás de cercas de curarire a pique, y de enormes piedras de ojo, usadas como escudos y mampuestos.
El comandante de Las Heras precisa al invasor. Y allí empieza la batalla con un formidable asalto. Las tropas del imperio español, se comportan con la mayor bravura sin poder disparar sus cañones, y a cambio, hacen cerradas descargas de fusilería. Las detonaciones en medio de una densa nube de humo y polvo, dan paso a los golpes secos y chirridos de bayonetas, sables y cuchillos. Ballesteros se crece en audacia y resiste temerariamente el masivo y certero ataque de los independientes. Se trata de un sangriento combate en que infantería y caballería pelean en muy poco espacio, levantando demasiada arena y creando terrible confusión. Esta batalla había comenzado a las tres de la tarde, y transcurrida media hora, sus contrincantes no cedían campo.
En una segunda etapa de la contienda, Heras, espada en mano se aparta, toma distancia y se lanza montado sobre su brioso equino, señalando hacia adonde se halla el comandante realista. Quiere concentrar la actividad en el punto de más poder de fuego, con la mala fortuna, de que su caballo enreda sus extremidades en una trinchera, causa de que el bizarro prócer saliera proyectado contra una gigantesca piedra, inmolando allí mismo su vida.
Los Oficiales que acompañan a Heras, van sucesivamente ocupando el mando de quienes caen muertos o heridos. Manuel León, fue sustituido por Paredes y éste por Ochoa, etc. En estas circunstancias es cuando los Sargentos Carlos, Bruno y Fermín Mas y Rubí, comandando sus compañías, cumplen con ejemplar heroísmo la última orden de su comandante que acaba de morir delante de ellos; y convertidos en titanes arrastran con su entusiasmo al resto de las tropas que arrollan y envuelven a los contrarios, entre quienes se halla su jefe Ballesteros quien cae herido de muerte, y sus hombres huyen o se rinden a discreción.
Francisco Tomás Morales al saber la derrota de su ejército en Maracaibo, no tuvo más camino que dirigirse de regreso a Puerto Cabello a llevar las malas nuevas a La Torre, quien lo esperaba para hacerle entrega del cargo de Capitán General de España en Venezuela, porque según trascendió de fuentes íntimas, él no quería ser el sepulturero del Imperio español.
Morales, ahora envalentonado con los máximos poderes, seguirá en su empeño de tomar a Maracaibo. Invadirá por la Guajira y logrará su objetivo venciendo en Salina Rica. Los patriotas rescatarán al Zulia en la Batalla Naval del Lago, y el mismo Morales firmará su Capitulación el 3 de Agosto de 1823, quedando la Patria libre para siempre.
Como recuerdo de esta gloriosa Batalla de Juana de Ávila, ganada por los patriotas el 24 de abril de 1822, aún permanece enrejada la enorme piedra de ojo, silente testigo de otra heroica página de la Historia de Venezuela, precisamente, frente a la Facultad de Ingeniería de nuestra Alma Mater.
Se dice que todos los españoles murieron en la acción, hasta
el propio Ballesteros. También murió poco después, como consecuencia de
las heridas recibidas allí, el intrépido José Rafael Heras. Esta acción
demuestra que en Carabobo no terminó todo, y que hacía falta la Batalla
Naval del Lago de Maracaibo, el 24 de julio de 1823 y el 8 de noviembre
de ese mismo año, en que fue arriada la bandera de España en Puerto
Cabello, para que concluyera definitivamente la guerra de independencia
en Venezuela.
Monumento a la Piedra de Juana de Ávila |
“A los valientes soldados muertos en este glorioso campo de Juana de
Ávila el 24 de abril de 1822”. Homenaje de admiración que les tributa la
Junta Central del Distrito en el primer centenario del Gral. Rafael
Urdaneta, 24 de octubre de 1888.
En cuanto al nombre del Hato Juana de Ávila, fue algo muy
circunstancial, ya que el nombre original era Hato El Caujaro, propiedad
del comerciante José Joaquín D´Avila, quien se casó en 1792 con Juana
Concepción Castellanos y Ferrer, pasando el nombre del hato, en su honor
a Juana de Ávila, derivado del apellido D´Avila.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario