El marino austuriano que había
llegado a Venezuela en 1808 fue denunciado y condenado a muerte pues su
comportamiento perjudicaba los intereses de la revolución. Más tarde, sin embargo, la pena capital le
fue conmutada por una prisión nada soportable pues era duramente tratado por
sus carceleros. Trato que por supuesto
llegó a su fin cuando el realista Eusebio Antoñanza tomó a Calabozo y ejecutó
la libertad de todos los presos, entre ellos,
Boves, quien por ser asturiano y haber estudiado en la escuela naval de
Gijón, fue alistado en el ejército de Monteverde. Pronto, y en premio a su ferocidad militar,
fue ascendido a capitán de Milicia.
Boves, reseñado como un hombre de
talla mediana, ojos azules, frente espaciosa y cabeza muy grande, conocía muy
bien la sicología del llanero. Sus
viajes comerciales y el contacto diario y directo a través de su pulpería le
reportaron inesperadas adhesiones cuando se puso las espuelas y empuñó la
lanza. Saqueo, destrucción y muerte
constituían la única consigna que comprometía ferozmente a los llaneros en cada
combate. Era la Legión Infernal
que avanzaba hacia la liquidación de la República, Boves entusiasmaba a sus intrépidos
jinetes de lanza y torso desnudo prometiéndoles la tierra y demás bienes de los
blancos porque según él solo los pardos tenían el derecho de vivir en aquel
suelo. Así fueron degollados 87 blancos
en Calabozo; 800 en Valencia; 1000 en Cumaná y otros tantos en Caracas, San
Joaquín y San Mateo. Niños, adultos y
ancianos, de cualquier sexo o condición, bien que estuvieran de rodillas en la
iglesia o indiferentes y sumisos en sus casas fueron pasados sin misericordia
por el filo de su navaja. 1814 ha sido
llamado “el año negro de la
República” pero también fue el año en que Boves sucumbió en
Urica y el año en que el patriota José Antonio Páez heredó para mejor causa y
con la promesa de la justicia agraria, a
sus llaneros aguerridos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario