Batalla de Las Queseras del Medio o Combate de la Mata del Herradero



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Vuelvan Caras es una pintura de Arturo Michelena (1890

La Batalla de Las Queseras del Medio o Combate de la Mata del Herradero, fue una destacada acción militar llevada a cabo el 2 de abril de 1819 en el actual estado Apure de Venezuela en la cual la historiografía venezolana dice que el prócer de su independencia, José Antonio Páez vence acompañado de 153 lanceros a más de 1.000 jinetes de caballería de las fuerzas españolas siendo la más famosa batalla comandada por Paez y en donde se dicta la famosa frase: ¡Vuelvan caras! (táctica de contra-ataque de caballería que simulaba una huida, común en ambos bandos). Los autores españoles se refieren al combate de la Mata del Herradero como parte de la campaña de Bolívar de marchas y sucesivos combates de desgaste en el interior venezolano.

Antecedentes

Para principios de 1819 los patriotas se habían adueñado del oriente venezolano, Guyana, y disputaban las líneas del río Orinoco. Bolívar había designado como capital provisional de la República a la ciudad de Angostura (hoy Ciudad Bolívar) y allí fundó y funcionó un Consejo de Gobierno, un Consejo de Estado, diversos Tribunales con una Alta Corte de Justicia, un Tribunal de Comercio El Correo del Orinoco. Estableció relaciones con diversos países, convocó un Congreso para lo cual llamó al pueblo a elecciones, quedando establecido el 8 de febrero de 1819; con representaciones de las provincias liberadas en parte: Barinas, Barcelona, Caracas. Guayana y Margarita, así como las de Casanare y otras de Nueva Granada. El Congreso de Angostura aprobó una nueva Constitución en la que se establecía una República Central. Bolívar fue elegido para la Presidencia, pero posteriormente dejó encargado de la misma al Vicepresidente, Francisco Antonio Zea, para ocuparse él de la campaña militar.

La Batalla

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Pablo Morillo
Movimientos previos


Bolívar se prepara para una nueva campaña tras el fracaso del año 1818 en Caracas. Mientras, el jefe realista Pablo Morillo, se apresta a buscar a los ejércitos patriotas en los afluentes del Orinoco. A tal efecto reúne un ejército compuesto por 8.500 soldados, perfectamente equipados y preparados, 6 piezas de artillería y todo el material de guerra necesario. A fines de enero de 1819, cruza el río Apure en busca de las fuerzas republicanas, integradas por 2.000 infantes, mal equipados, y un número semejante de caballería, a las que se habían integrado los jinetes llaneros del general José Antonio Páez.





José Antonio Páez.

 Luego de muchas marchas y contramarchas, La batalla de las Queseras del Medio se produjo una vez que Simón Bolívar luego del combate de la Gamarra (27.3.1819), se replegó en los Potreritos Marrereños, a la derecha del Arauca, lugar donde el jefe español Pablo Morillo decidió atacarlo. José Antonio Páez enterado de los objetivos de Morillo, a la cabeza de 153 jinetes cruza el río Arauca el 2 de abril de 1819 y enfila 3 columnas contra el campamento realista hostigado continuamente por la caballería de Páez, Morillo estableció su cuartel general en Achaguas, y hasta allí fue a buscarlo Bolívar, al frente de sus legiones.
El ejército realista se adelanta a su encuentro y se sitúa en posiciones privilegiadas. Los patriotas retroceden en busca de campo adecuado a las maniobras de su caballería, que prevalece a la excelente infantería del ejército español. Atraviesan el río Arauca y acampan en su margen derecha. Morillo los sigue, y al despuntar la aurora del 3 de abril de 1819, aparece a la orilla izquierda del río, en el campo de "Las Queseras".


El cruce del río Arauca

Ambos ejércitos, frente a frente, únicamente separados por el Arauca, se aprestan para la batalla. Para iniciarla se hace necesario cruzar el río, pero la prudencia aconseja a los dos bandos no dar este primer paso. La espera impacienta a Bolívar, y dispone que Páez escoja 150 de sus mejores jinetes y haga un reconocimiento del enemigo. Por su parte, Páez encomendó a Juan José Rondón que atacase a López para hacer que éste reuniese su escuadrón en una sola columna, al ocurrir esto, Páez ordenó volver caras y el ataque sobre las fuerzas de Narciso López. El efecto de esta maniobra de la caballería paecista, fue sembrar el caos y la confusión en el ejército realista. La acción de los lanceros de Páez fue facilitada por el hecho de que los carabineros de López echaron pie a tierra para hacer uso de sus carabinas. Ante el ataque de las fuerzas patriotas la caballería realista se retiró con precipitación y se echó sobre su propia infantería, la cual no fue arrollada gracias a la decisión de Morillo de trasladarla rápidamente a un bosque vecino, donde se refugiaron. Páez y sus llaneros atraviesan el río a dos millas de distancia y se arrojan resueltamente contra el centro de la línea española. Los realistas quedan sorprendidos ante la audacia de aquel puñado de patriotas, que van hacia una muerte segura. Disparan las baterías y los fusiles realistas, rechazando aquélla primera embestida. Morillo pensó que aquello era una treta de Bolívar. Para desbaratarla, y sin dejar de vigilar atentamente al ejército republicano, mueve su ejército: dos batallones ocupan la orilla del río para impedir que Páez vuelva a los suyos; la quinta división describe una curva rodeando a los llaneros por la izquierda. Páez y sus lanceros siguen atacando por el centro; luego a un flanco y a otro; provocan la caballería española, y tratan de escapar del círculo de fuego del que están rodeados.


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Regimientos de España 1808-1826    
Bandera de Angostura (20 de noviembre de 1817).svg
Bandera de la Tercera Republica

"¡Vuelvan caras!"

El jefe llanero, a la cabeza de 150 jinetes, rompe las filas realistas y por la brecha salen veloces los héroes, que se fingen derrotados. Morillo ordena a lanceros, húsares, dragones y carabineros, 1.200 jinetes (toda su caballería), que carguen contra los atacantes y los destruyan.

Las fuerzas de Páez, divididas en siete grupos que cabalgan en líneas paralelas, corren velozmente, primero, y luego a media brida. Vuelven a reunirse en un solo pelotón. Los soldados de Morillo, enardecidos, se apartan cada vez más del resto del ejército. La distancia que separa a los perseguidores de los perseguidos es ya de escasos metros. Han recorrido dos millas. De pronto, Páez levanta la lanza y se oye su famoso grito: "¡vuelvan caras!"

Los llaneros revuelven sus caballos, hacen frente a enemigo y se lanzan contra éstos a todo galope. Rueda por tierra la primera fila de la caballería española; la segunda vacila, pero es acuchillada también por los patriotas; la tercera corre el mismo destino, y el centro, imposibilitado de maniobrar por los caballos de las filas destrozadas, se repliega en desorden ante el empuje de los contraatacantes, y al revolverse con precipitación, atropellan a los que vienen detrás, contra los cuales pelean, creando una confusión tal, que impide maniobrar con acierto a tan formidable caballería que, sin tino, huye a la desbandada en un galopar sin freno, en busca del amparo de su infantería.

Morillo comprende que aquella estampida de jinetes realistas que retrocede, arrollará y destrozará su propio ejército, y ordena que se dispare contra ella, colaborando así a la destrucción que vienen realizando los llaneros. Ante la imposibilidad de contener aquella oleada, el ejército español se mueve precipitadamente hacia un bosque cercano, donde su espesura y la caída de la noche favorecen la vergonzosa retirada. Allí se guareció también la caballería perseguida, no sin que antes los llaneros dieran buena cuenta de ellos hasta llegar al pie de bosque.

El balance del enfrentamiento entre las fuerzas patriotas y realistas, se calculan en 400 bajas para los primeros, contra 2 muertos y 6 heridos de los segundos. El triunfo militar de José Antonio Páez en la batalla de las Queseras del Medio, contribuyó a acrecentar su fama como la "Primera Lanza de los Llanos". En tal sentido, Bolívar al condecorar a Páez y sus valientes llaneros con la Cruz de los Libertadores, culminó su discurso con las siguientes palabras: "... Lo que se ha hecho no es más que un preludio de lo podéis hacer..."


Con respecto a esta batalla escribe Eduardo Blanco en 1881, en su muy emocionante novela histórica “Venezuela Heroica”:
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“La pluma se estremece al describir aquel suceso, la razón se resiste a creerlo; pero ahí está la historia, y la tradición, y los contemporáneos, y el testimonio de Bolívar, y medio siglo de incontestables alabanzas y los mismos émulos de Páez que no se atreven a negarlo”.
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Acá se narra la batalla completa, escrita por el mismo Páez en su autobiografía para que se convenzan de lo verosímil y factible de esta batalla aunque a primera vista parezca imposible de creer:
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“Morillo llegó a la ribera izquierda del río Arauca y acampó en la Mata del Herradero, una milla más abajo del punto en que nos hallábamos.
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Aquel mismo día, a las tres de la tarde, se pasó a nosotros un oficial de caballería llamado Vicente Camero, y antes de presentarse a Bolívar me informó de que Morillo había organizado un plan para hacerme prisionero.
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Consistía en que si yo volvía a provocar al ejército del modo en que lo había hecho el día anterior, atacándolo y fingiendo retirada para volver inmediatamente a la carga, Morillo se movería contra mí con todo el ejército para obligarme a huir sin poder volver la cara, y ya en fuga me perseguirían doscientos hombres escogidos de la caballería, montados a caballos de buena carrera y resistencia, para acosarme y hacerme prisionero.
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En descargo de este encono que contra mi tenía el jefe español, tengo que referir un hecho ocurrido cuando el ejército comenzó a pasar el Arauca.
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Aquella mañana muy temprano salí yo con unos diecinueve compañeros al encuentro de Morillo, y apenas nos divisaron cuando este lanzó sobre mi toda su caballería; yo dividí mi gente en dos pequeñas secciones, e hice que Aramendi, encargado de una de ellas, diera frente, avanzara, se retirara y sin cesar le hostigase, apoyándolo yo al mismo tiempo con el resto de la gente.
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Entonces suspendieron los realistas el ataque, con pérdida de algunos jinetes, no habiendo nosotros tenido más desgracia que un caballo herido.
Bien se comprenderá ahora que el general español no me perdonara aquella mala pasada que yo le había jugado en sus mismas barbas y que estuviera deseoso de hacérmela pagar con usura.
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Después de oír la relación del oficial corrí a ver a Bolívar, y habiéndole referido el plan de Morillo, le dije que si él me permitía pasar el rio con un corto numero de los míos, yo con mi táctica habitual atraería a los realistas hasta frente al lugar en donde estábamos, y si Bolívar mandaba a emboscar al enemigo en las orillas del río a las compañías de granaderos y cazadores con toda su artillería, podríamos dar un buen golpe a los españoles; pues cuando le tuviéramos en el punto citado, yo cargaría de frente al mismo tiempo que nuestras fuerzas al asecho atacasen de frente.
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Accedió Bolívar a mis deseos, e inmediatamente con ciento cincuenta hombres crucé el río, y a galope nos dirigimos al campamento de Morillo.
Movióse este para poner en práctica su plan, y nosotros le fuimos entreteniendo con frecuentes cargas y retiradas hasta llevarlo al punto que habíamos señalado para la emboscada.
Al llegar allí abrió fuego contra los realistas una compañía de cazadores que estaba allí apostada, pero no con toda la fuerza que yo suponía
Muy apurada era entonces nuestra situación, pues el enemigo nos venía acorralando por ambos costados con su caballería y nos acosaba con el fuego de sus fusiles y cañones, cuando afortunadamente el valeroso comandante realista Narciso López me brindó la oportunidad de pasar con alguna ventaja a la ofensiva.
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Fue el caso que López se adelantó a la infantería con el escuadrón de carabineros que mandaba; en el acto dispuse que el comandante Rondón, uno de aquellos jefes en quienes el valor era costumbre, con veinte hombres lo cargase a viva lanza y se retirara sin pérdida de tiempo antes que lo cercasen los dos trozos de la caballería enemiga que yo deseaba formasen una sola masa para entonces devolver nosotros y atacarlos de firme.
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Cargó Rondón con la rapidez del rayo, y López imprudentemente echó pié a tierra con sus carabineros; Rondón le mató alguna gente y pudo efectuar su retirada sin que lograsen cercarlo.
Al ver que las dos secciones de caballería no formaban más que una sola masa, para cuyo objeto había ordenado el movimiento a Rondón, mandé a mi gente volver riendas y acometer con el brío y coraje con que sabían hacerlo en los momentos más desesperados.
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Cuando vi a Rondón recoger tantos laureles en el campo de batalla, no pude menos de exclamar: Bravo, bravísimo comandante. General, me contestó el, aludiendo a una reprensión que yo le había dado después de la carga que le dieron a López pocos días antes, “General, así se baten los hijos del Alto Llano”.
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Todo contribuía a dar a aquel combate un carácter de horrible sublimidad: la noche que se acercaba con sus tinieblas, el polvo que levantaban los caballos de los combatientes de una y otra parte confundiéndose con el humo de la pólvora.
La caballería enemiga se puso en fuga; la infantería se salvó echándose sobre el bosque y la artillería dejó sus piezas en el campo, lo cual no pudimos ver por la oscuridad de la noche. Finalmente, mucho antes del amanecer se puso Morillo en retirada para Achaguas.
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Bolívar con los demás jefes del ejército desde la otra parte del río, había presenciado la refriega.
El hecho sucedió en el lugar llamado “Las Queseras del Medio”, Morillo lo llama en su parte “el Herradero”; y el historiador realista Torrente, para hacer parecer menos vergonzosa la derrota, dice que los nuestros eran quinientos llaneros de figura gigantesca y hercúlea musculatura.
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Bolívar hizo contar los muertos que había tenido el enemigo, y ascendieron cerca de quinientos.
De los nuestros salieron heridos del combate, entre otros: el teniente coronel Manuel Arraiz, y los capitanes Francisco Antonio Salazar y Juan Santiago Torres; muertos solamente dos: Isidoro Mujica y el cabo primero Manuel Martínez; pero en la anchura de sus heridas y el tenerlas en la espalda nos demostraron que habían sido abiertas por lanzas de los nuestros, que en la confusión y oscuridad habían tomado por enemigos a aquellos compañeros suyos.”



Reconocimiento

Luego de esta batalla Bolívar condecoró a Páez y sus ciento cincuenta lanceros con la Orden de los Libertadores dándoles esta proclama:

“¡Soldados! Acabáis de ejecutar la proeza mas extraordinaria que puede celebrar la historia militar de las naciones. Ciento cincuenta hombres, mejor diré, ciento cincuenta héroes, guiados por el impertérrito Páez, de propósito deliberado han atacado de frente a todo el ejército español de Morillo. Artillería, infantería, caballería, nada ha bastado al enemigo para defenderse de los ciento cincuenta compañeros del intrepidísimo Páez. Las columnas de caballería han sucumbido al galope de nuestras lanzas; la infantería ha buscado un asilo en el bosque; los fuegos de sus cañones han cesado delante de los pechos de nuestros caballos. Solo las tinieblas habrían preservado a ese ejército de viles tiranos de una completa y absoluta destrucción”.

¡Soldados!: Lo que se ha hecho no es más que un preludio de lo que podéis hacer. preparaos al combate, y contad con la victoria que lleváis en las puntas de vuestras lanzas y vuestras bayonetas.

Cuartel general en los Potreritos Marrereños, a 3 de abril de 1819.





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