A continuación publicamos, en digital, la última
entrevista que concediera el escritor e intelectual venezolano Arturo
Uslar Pietri. Rafael Arráiz Lucca sostuvo una serie de encuentros con
Uslar durante los años 2000 y 2001 para la realización de este trabajo,
que se considera un documento invalorable para el entendimiento de la
obra y vida de Uslar Pietri.
Por Rafael Arráiz Lucca
| 26 de febrero, 2010
La cuadrícula urbana caraqueña
comenzó a ser desbordada hacia finales del siglo XIX. Aquel trazado
típico de la obra colonizadora española en América se desdibujó por el
efecto de la urbanización de las haciendas de la periferia. Uno de los
primeros trazados urbanísticos hacia el este de la ciudad fue el de la
urbanización La Florida, hacia la tercera década de la presente
centuria. Allí queda la casa de Arturo Uslar Pietri: una edificación
característica del tiempo en que fue levantada, bajo las pautas de
diseño arquitectónico de Carlos Raúl Villanueva.
La mayor parte de su existencia ha
transcurrido en esta residencia. El largo período de su vida matrimonial
con Isabel Braun Kerdel y el nacimiento de sus dos hijos, Arturo y
Federico, encuentran marco entre las paredes de este espacio austero. El
centro del inmueble, quién lo duda, está en la biblioteca. Dos
rectángulos tapizados por estantes de madera, que construyó el padre
ebanista de su amigo el escultor Francisco Narváez, constituyen el
epicentro de la vida de un hogar que se distingue por su sobriedad.
Apenas tres imágenes saludan entre la vivacidad de los libros: una
miniatura de Bolívar, pintada por Espinoza, que le regaló su primo
hermano y amigo entrañable, Alfredo Boulton, y dos fotografías de enorme
poder simbólico en su vida: una con el presidente Isaías Medina
Angarita, en el momento en que firma el acta como Secretario de la
Presidencia, y otra con Jorge Luis Borges, cuando el maestro
argentino estuvo de visita en Caracas, en 1982. Uslar y dos personajes
centrales de sus dos devociones: la política y la literatura.
Para llegar a la biblioteca se
atraviesa el comedor. Allí, sobre una mesa, reposa el premio Príncipe de
Asturias que el escritor recibiera de manos de Don Felipe de Borbón en
1990. Una talla de madera oscura de Narváez dialoga, desde la pared, con
la madera clara de los muebles escandinavos del comedor. Antes una
suerte de recibo, columna vertebral que distribuye, nos espera una vez
que hemos franqueado la puerta. Los mosaicos del piso, rojos y con
pequeñas ilustraciones como medievales, me remiten al tiempo en que en
Caracas se hacían este tipo de piezas. En el jardín un pastor alemán
expresa su poder amenazante ladrando, una vez que un portón negro,
encuadrado en una pared cubierta de hiedra, se ha abierto para
nosotros. Desde hace casi veinte años vengo a conversar con el doctor
Uslar con alguna frecuencia, pero sólo ahora hemos decidido de mutuo
acuerdo grabar unas cuantas horas de diálogo. El preludio de estos
diálogos está en una entrevista que sostuvimos con motivo de su 80 años,
momento en el que el país entero se dispuso a celebrar su vida y su
obra, incluso sus adversarios históricos participaron entonces
del homenaje. El escritor ha cumplido 94 años y se anima a hacer un
recuento de sus avatares, y a volver sobre sus obsesiones temáticas.
Corren los meses finales del 2000: vamos del calor bochornoso de agosto
al reconfortante fresco decembrino. El cielo se va despejando.
I) La estirpe familiar, los primeros años.
El 16 de mayo de 1906 nace en
Caracas el hijo de Arturo Uslar Santamaría y de Helena Pietri Paúl. El
primer Uslar en llegar a Venezuela fue Johann von Uslar, nacido en
Lockum (Hannover), en 1779. Servía en el ejército inglés y, por tal
motivo en 1819, se embarca hacia Venezuela a luchar contra los
españoles. Aquí llega al frente de un contingente de 36 oficiales y
cerca de 300 soldados que lo conducen hasta la cúspide de la victoria
patriota: la Batalla de Carabobo.
Una vez concluida la guerra se
establece en Valencia, donde contrae matrimonio con María de los Dolores
Hernández. De ambos desciende el también general Federico Uslar
Hernández, a quien sabemos partidario de la causa liberal de Guzmán
Blanco, de quien fue condiscípulo. Federico fue el padre de Arturo Uslar
Santamaría, quien también abrazó la carrera de las armas y alcanzó el
grado de coronel, en el ejército gomecista.
Por la rama de los Pietri los puntos
de llegada a Venezuela, como se sabe, son Carúpano y Río Caribe:
puertos por los que desembarcó la gran inmigración corsa de principios
del siglo XIX. Su abuelo fue el médico y general Juan Pietri, quien
llegó a desempeñar altísimos cargos en el aparato del Estado de su
tiempo. De sus antepasados, Uslar Pietri conserva un lejano recuerdo.
Por el lado paterno, Juan Uslar, que era
un alemán, hannoveriano, que se había educado en Inglaterra, había ido
con Wellington a España y, por unas razones difíciles de explicar,
resolvió organizar una expedición en Alemania y se vino con dos barcos y
con una cantidad de voluntarios a Margarita, a sumarse a la
independencia de Venezuela.
¿Es su bisabuelo?
Sí, el primer Uslar en Venezuela.
¿Conoció a sus abuelos?
Conocí a algunos de ellos, a don
Federico Uslar, mi abuelo paterno, cuando él murió yo tendría 4 años.
Pero a mi abuelo materno, el doctor y general Juan Pietri, lo conocí
más. El murió siendo del Consejo de Gobierno y fue una figura política y
militar muy curiosa. Cuando murió yo tendría 6 años.
Recuerdo que iba con mi madre a
saludarlo con mucha frecuencia. Lo veo sentado en el corredor de la casa
leyendo el periódico con un gorrito en la cabeza, un gorrito de esos
bordados. Tenía una barba y al entrar yo siempre le decía “Bendición
gran Papá”.
Aquel 16 de mayo es esperado en una casa caraqueña que quedaba entre las esquinas de Romualda y Manduca.
Hasta hace poco existía. Cuando fui
director de El Nacional hice que la retrataran para guardarla, por ahí
tengo un juego de fotografías, no sé cómo está ahora, no sé si la
tumbaron o no.
Después de Manduca viene Ferrenquín.
Eso de darle nombre a las esquinas es
cosa de Caracas, en el interior no es así. Es una herencia colonial, eso
vino de un obispo que hubo aquí, muy religioso, que resolvió para poder
rendir mayor culto a los santos, dedicarle cada esquina a uno distinto.
En 1912 es inscrito en la Escuela
Unitaria que dirige Alejandro Alvarado, en su ciudad natal, pero al año
siguiente lo cambian para el colegio de los padres franceses, bajo la
égida del padre Benjamín Honoré. En 1916 su padre es nombrado Jefe Civil
de Cagua y la familia se traslada a vivir a Maracay. Allí culmina la
escuela primaria en la escuela municipal Felipe Guevara Rojas. Luego es
inscrito en el bachillerato en el Colegio Federal de Varones, en la
misma ciudad.
Hice lo mejor que pude y tuve suerte de
conseguirme algunos maestros muy buenos en Maracay, entre ellos el
bachiller Rodríguez López, que era un hombre muy valioso, que me enseñó
mucho sobre el conocimiento de la naturaleza.
En ese entonces Maracay era un pueblo.
Era un pueblo que tenía 4 mil
habitantes, pero tenía unas casas grandes, muy buenas, porque Maracay
tradicionalmente ha sido una ciudad preferida por los caudillos, a Páez
le gustaba mucho Maracay y a Gómez, desde luego.
Es que el sitio es muy bonito. Esos valles son preciosos.
Es muy bonito. Pero ahí está La Victoria que era más ciudad, y sin embargo, la gente prefería a Maracay.
De su infancia en Maracay nos llega la anécdota de su primer encuentro con el general Gómez.
Yo iba para la escuela a las 2 de la
tarde, iba con alguno de los compañeros repasando la lección, y cogí la
acera de la casa del general Gómez y venía absorbido en mis cosas y de
repente sentí que iba a tropezar con alguien y era el general Gómez, que
venía caminando con un policía por toda guardia.
¿Venía con uno de esos trajes raros que él usaba?
Sí, él se vestía de un modo muy
caprichoso. Usaba unas botas sueltas de cuero muy fino hasta las
rodillas. No usaba, salvo en actos oficiales, gorra militar. Usaba
generalmente un panamá y una guerrera que no era regular tampoco, porque
no usaba correaje, lo que se ponía era la presilla de general en Jefe y
usaba unas blusas de tela de seda.
Probablemente Tarazona iba con él ese día.
No, Tarazona no salía con él como
edecán, Tarazona le servía en la mesa, fue su asistente desde la época
de las campañas, un hombre de su absoluta confianza, claro.
Era un indio ¿no?
Creo que era más negro que indio. En esa
casa del general Gómez en Maracay él tenía cosas muy valiosas, pero
todo eso desapareció. Recuerdo que tenía un cuadro, de no sé cuál pintor
venezolano, en el que estaban los hombres de la revolución libertadora,
entre ellos estaba mi abuelo. También recuerdo que tenía una copa de
oro grande, muy bonita, que se la regaló una compañía petrolera, sobre
un escritorio en un rincón, desde donde despachaba.
A mi me contaba Rubén González, que fue
su Ministro del Interior, que un día en que fue a darle cuenta allí
donde estaba el escritorio, en una mesita al lado vio un folletico que
el propio González había publicado años antes, se llamaba “El gañán de
la Mulera”. Entonces, cuando González entró y vio el folletico, Gómez le
dijo: “Alguien que no es amigo suyo lo trajo, pero no se preocupe
doctor, eso lo escribió usted cuando no éramos amigos, ahora somos
amigos y eso ya no importa.”
En aquella infancia maracayera nació
su amistad con un hijo del general Gómez, Florencio, y la consecuente
cercanía doméstica con el general, además de que su padre trabajaba a su
servicio.
Yo fui amigo desde niño de Florencio
Gómez y el pobre negro Gómez murió un día en Caracas, era una excelente
persona. Tuvimos una amistad toda la vida y eso me permitió ver unos
aspectos muy interesantes de lo que era la vida de Gómez. A veces este
se iba de Maracay a El Trompillo, a Güigüe, cuando le compró esas
haciendas a Pimentel. Y entonces Florencio se empeñaba en que me fuera
con ellos y a veces lo hacía, de modo que pasé muchos días en la misma
casa del general y me sentaba en la misma mesa.
¿Era de buen comer el general Gómez?
Como no, pero le gustaba la comida muy tradicional, hervidos y cosas de esas.
Y hablaba poco.
No, a veces estaba muy hablachento, a
veces se ponía a recordar, sobre todo cuando estaba allí Tobías Uribe,
que fue su compañero de infancia.
¿En qué se iban hasta El Trompillo?
En un carrito, por carreteras que
estaban parcialmente pavimentadas. En esa ruta conocí Magdaleno, una
aldeíta que sale en “Las lanzas coloradas”. A veces el general Gómez
comentaba la impresión que le produjeron los primeros negros que vio,
cuando salió del Táchira, en esa época en el Táchira no había negros.
¿Alguna vez oyó al general Gómez hablar de Castro?
No
Los años de la infancia y la
adolescencia, que suelen ser los de la primera formación, fundamentales,
transcurrieron, como vemos, en Maracay. De esos días, la opinión que
hoy en día formula nuestro autor no es la más condescendiente.
Mi formación fue muy pobre. Crecí en una
aldea. Mi primera apertura al mundo fue cuando fui a Francia en el año
1929, cuando pude quedarme allá a lo largo de 4 años. La mayor parte de
mi formación tuvo lugar en colegios públicos de poco vuelo, y no fui un
estudiante brillante, no, nunca lo fui.
¿Algún maestro, además del bachiller Rodríguez López en la ciencia, le enseñó el camino de la literatura?
No, en verdad, mi educación fue muy mala, muy falla, toda en colegios públicos.
¿De modo que usted se educó a sí mismo?
Bueno sí, gracias a la vida y la curiosidad, por mi cuenta.
Pero el joven Uslar no va a terminar
el bachillerato en Maracay. Primero pasa seis meses estudiando en
Valencia, en el colegio salesiano, interno, y luego se muda a Los
Teques, con su familia, en 1923, y estudia en el Colegio San José.
Yo viví en Los Teques un tiempo, porque
sufrí un paludismo pernicioso que me iba matando, y el médico recomendó
aquel clima. Mis padres se mudaron para allá. Tuve una gran suerte: mi
padre y mi madre se ocuparon mucho de mí, fueron excelentes conmigo.
¿Usted tuvo un hermano menor, no es cierto?
Sí, Juan, 19 años menos que yo, ya murió.
De modo que usted creció como hijo único.
La verdad es que sí, evidentemente, y eso me obligó a cierta soledad, a vivir mucho tiempo solo.
En 1924, a los dieciocho años, el
joven Uslar presenta su tesis para optar al título de bachiller, se
titula: “Todo es subjetividad”. El mismo año es admitido en la
Universidad Central de Venezuela para seguir estudios de Derecho. Comienza su vida adulta en Caracas, en la soledad de las pensiones, ya que sus padres regresan de Los Teques a Maracay.
Cuando entré en la universidad mis
padres permanecían en Maracay, y yo vivía aquí en casa de pensión. De
entonces recuerdo que en la misma casa vivía el cabezón Guruceaga. Para
un hombre de su edad, Rafael, es muy difícil comprender la pobreza, el
aislamiento, la ignorancia, la precariedad y la limitación de lo que era
la vida venezolana hasta la muerte de Gómez. Era una cosa terrible lo
que había aquí, era muy inhóspito el ambiente. En esa época nos
reuníamos mucho en la Tipografía Vargas, la imprenta, precisamente, de
Guruceaga. El cabezón, como se le decía, era un alma de Dios, un
excelente amigo, y nos sirvió a todos de apoyo, de ayuda, yo, que fuí de
los primeros que publicó un libro, lo logré en parte porque mi padre me
ayudó y en parte por las facilidades que Guruceaga me dio.
Los años universitarios del joven
Uslar, entre 1924 y 1929, obviamente, serán fundamentales para la
historia política y literaria de la Venezuela del siglo XX. Ya entonces
Uslar colabora con frecuencia en la revista Elite, mientras se
desempeña como escribiente en el Juzgado de Primera Instancia en lo
Civil del Distrito Federal.
En 1928 va a fundar la revista de la
vanguardia literaria venezolana “Válvula”, publicación de un solo
número, y entregará su primer libro de cuentos: Barrabás y otros relatos.
Pero así como sus compañeros de generación lo encuentran en primera
fila en lo literario, no ocurre lo mismo en política. Mientras la
mayoría enfrenta a Gómez, Uslar hace silencio. En varias oportunidades
ha ventilado este asunto, y siempre ha confesado que hubiera sido muy
difícil para él enfrentar el régimen para el que trabajaba su padre, el
régimen presidido por el padre de sus amigos entrañables de infancia.
La Generación del 28 es un mito que hay
que revisar. La generación literaria fue muy pequeña y en ella yo si
tuve una participación muy grande, por el famoso editorial de la revista
Válvula, pero lo que después se llamó, por intereses políticos, la
Generación del 28, fueron aquellos estudiantes que protestaron contra
Gómez en Caracas.
En 1929 se gradúa de doctor en
Ciencias Políticas con la tesis “El principio de la no imposición de la
nacionalidad y la nacionalidad de origen” e, inmediatamente, parte hacia
París con un cargo diplomático: Agregado Civil de la Legación de
Venezuela y, a su vez, Secretario de la Delegación de Venezuela ante la
Sociedad de las Naciones. Comienza otra etapa.
II) París era una fiesta.
Los años parisinos de Uslar van a
ser motivo de exaltación permanente en el momento en que el autor hace
el recuento de su vida. No es para menos, el mundo le abre sus puertas,
es la primera vez que sale de Venezuela, cuenta 23 años, y todas las
ganas de hacerse un escritor. Al no más llegar a la capital de Francia
asiste a las tertulias que presidía Ramón Gómez de la Serna, y en ellas
conoce a quienes van a ser sus amigos más cercanos, en su experiencia
europea: Miguel Angel Asturias y Alejo Carpentier, pero también conoce a
Rafael Alberti, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Luis Cardoza y Aragón,
Robert Desnos, André Breton, Curzio Malaparte, Paul Valery, Jean Cassou,
este último va a ser el traductor de su primera novela al francés,
todos ellos personajes de aquel París mítico de los años veinte y
treinta.
Me fui a París el año 29 y me quedé,
afortunadamente para mí, 4 años y pico, que fueron muy importantes ,
descubrí el mundo, salí de una Venezuela muy atrasada, aislada, muy
ignorante, y me soltaron en medio de aquella fiesta, como decía
Hemingway. Una fiesta en una época muy rica, eso que llaman la Europa de
entreguerras, la época del surrealismo, de la revolución rusa, una
época muy fecunda, llena de innovación, de motivaciones, fue el momento
en que aparece Sartre.
El viaje fue épico. El barco salía de La
Guaira y tocaba en Carúpano, luego en Trinidad, Barbados, Martinica,
allí cargaba carbón y el vapor se llenaba de polvo, luego Guadalupe,
hasta que finalmente llegaba a Le Havre, 12 días después. En aquellos
barcos, que se movían mucho, se leía, también había una orquestica y la
gente bailaba. Otros, como el Colombie, en el que regresé casi cinco años después, tenía una piscina.
¿Allá surgió la idea de escribir “Las lanzas coloradas”?
Yo siempre he sido muy venezolano, y me
preocupaba la llegada de 1930, que era el año del Centenario de la
muerte de Bolívar, y me preocupaba qué íbamos a hacer los jóvenes
venezolanos con ese centenario. Entonces le escribí a Rafael Rivero, que
se ocupaba de cine, a ver si hacíamos una película. En aquellos días yo
había visto una película que me había impresionado mucho, de un autor
ruso, que se llamaba “Tempestad en Asia”, y entonces pensé que podríamos
hacer algo parecido, una película sin protagonista, como una
rememoración o como el descubrimiento de nuestra civilización. Pero
aquellos sueños no terminaron en nada y, bueno, el guión que era Las Lanzas coloradas se convirtió en una novela.
No es poca cosa ¿no?
La escribí en tres meses
¿En esos tres meses no hizo otra cosa?
Sí, trabajaba en la Delegación
venezolana con César Zumeta: un hombre muy fino, con quien tuve
estupendas relaciones. Le servía de secretario, él me dictaba cartas y
otros documentos. Conocía a fondo la historia de Venezuela.
Después de aquella primavera en que
escribe su primera novela, viaja a Italia, y al año siguiente hace un
alto en sus labores y viaja a España: busca un editor para su primer
fruto novelístico. Lo consigue (Editorial Zeus, Madrid) y el éxito es
inmediato: se pone en marcha el mecanismo de la traducción, y en años
siguientes salen a la calle las versiones francesa y alemana. Se
detiene, el mismo año, con su amigo Asturias, enfrente de las pirámides
de Giza, en Egipto. Su vida parisina sigue en marcha, pero ya no es un
autor inédito, y por el contrario, el aprecio de los hispanoamericanos
residentes en París va en ascenso.
De su novela, en 1970, Asturias
escribe un prólogo, entonces recuerda sus años parisinos: “Medio siglo
ha pasado. Montparnasse… Otro Montparnasse. El “Falstaff”. Aún queda.
Está como entonces. Un café-bar-rincón entre holandés y noruego, propio
para que la figura de nórdico de este joven escritor venezolano, alto
como escalera, de modales medidos, diera lengua suelta a su creación
novelística, leyendo para algunos amigos “Las lanzas coloradas”, novela
con claves para la interpretación de nuestra realidad americana. Esta,
desde entonces, nuestra preocupación de novelistas: lo
americano-nuestro. Andando y hablando. Así teníamos que hacerlo, de paso
y con nuestras palabras. Fábula y epopeya. Descubrirnos nosotros, en
medio de la más demoledora revolución literaria de los últimos tiempos
-el surrealisme-, apresuradamente, para salvarnos con lo propio, con lo nuestro.”
Años después, el propio Uslar
rememora sus tiempos parisinos, en una crónica de viaje signada por la
nostalgia. Va de visita a la ciudad que le abrió las puertas, dice:
“Hace veinte años yo era muy joven y vivía en París. Estaba entregado a
esa ciudad como una fascinación mágica. Su color, su olor, las formas de
su vida, me parecían el solo color, el solo olor y las únicas formas de
vida apetecibles y dignas de un hombre verdaderamente culto. A veces me
ocurría soñar que me había marchado, y me despertaba, en mitad de la
noche, con el sobresalto de una pesadilla. Cuando salía a un corto
viaje, el regreso me parecía una maravillosa fiesta.” En la misma
crónica, más adelante, sentencia: “La gente que se da a París no sólo lo
sienten como el centro del mundo, sino , además, como si todo el mundo
válido estuviera resumido y puesto en él… No sólo sienten que han
recibido todo lo más deseable para el hombre en su mejor forma, sino
que, además, siente la ilusión de no haber renunciado a nada.” Años
después aquel joven regresa a vivir a la ciudad imantada, pero ya lo
hace como Embajador de Venezuela ante la UNESCO y cuenta con casi
setenta años, habrían pasado, entonces, cincuenta de su primera estadía.
La primera, la del joven funcionario
diplomático, concluye en enero de 1934, cuando la notificación del fin
de su gestión en Francia ha llegado a la sede de la embajada. Emprende,
entonces, su primera vuelta a la patria.
III) Los días del poder.
El trabajo que le espera a Uslar al
regresar al país es el de Presidente de la Corte Suprema de Justicia
del Estado Aragua, pero no permaneció mucho tiempo allí. Funda en 1935
con sus amigos Alfredo Boulton, Julián Padrón y Pedro Sotillo la revista
El Ingenioso Hidalgo, publicación en la que comienza a dar a conocer sus relatos. Pero es en la revista Elite
donde publica uno de sus mejores cuentos, uno de los memorables: “La
lluvia.”Su amistad con los Gómez no conoce fisura, y el día de la muerte
del general, el joven Uslar está en la casa en la que ocurre el suceso.
Estaba allí cuando él murió, en el alto
de la casa, como a un cuarto para las doce. Al minuto bajó Santos Matute
y llamó al general López Contreras y le dijo: “Acaba de morir el
Benemérito General Juan Vicente Gómez”. Trasladaron el cadáver para
Maracay en la madrugada, en un furgón, por la carretera de Las Delicias.
Cuando yo estaba haciendo la investigación para escribir Oficio de difuntos
conversé mucho con José María Márquez, uno de los edecanes de Gómez, y
cuando él comprendió que yo iba a utilizar honestamente su información,
pues se franqueó mucho conmigo. De las conversaciones con él recuerdo
una anécdota muy significativa. Me contó que el general Gómez salía dos
veces al día en un automóvil, que se desplazaba lentamente, con un carro
de edecanes por toda escolta, iba por las fincas de los alrededores y
se paraba a hablar con los campesinos. En una finca vivían unas viejitas
que, cuando se paraba el automóvil, ellas venían a conversar con él, y
él les regalaba doscientos bolívares. Un día no aparecieron las mujeres y
él preguntó por ellas, y le respondieron que las habían matado para
robarlas. Ordenó que buscarán a los asesinos, hasta que horas después
llamaron de La Victoria afirmando que allí tenían preso al hombre que
había matado a las viejitas, llamaba el Jefe Civil, y quería saber qué
hacía con el preso. Gómez le mandó a decir que “no lo dejé allá, ni me
lo mande”.
Con el advenimiento sucesoral del
general López Contreras, Uslar pasa a trabajar en el Ministerio de
Hacienda como Jefe de la Sección de Economía y luego como Director de
Política. Compartía sus labores con las de editorialista del diario“Ahora y las de presidente de la Asociación de Escritores de Venezuela. Publica su segundo libro de relatos: Red
(1936). Funda, entonces, la Revista de Hacienda. Estos años de interés
por los asuntos de la economía le llevan a ser profesor de Economía
Política en la Facultad de Derecho de la UCV y luego, promueve la
creación de una escuela libre de ciencias económicas y sociales, que va a
ser la semilla de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales.
Yo fui el que introdujo los estudios
económicos en la universidad. No existía una cátedra de economía,
entonces hablé con Castillo, que era el rector, y me reuní con José
Joaquín González Gorrondona, Tito Gutiérrez Alfaro y José Manuel
Hernández Ron, y entre todos fuimos preparando un cuerpo de textos que
luego se publicó con el título de “Sumario de Economía venezolana”
Para entonces, ya el general López
ha advertido que este colaborador puede enfrentar destinos mayores. A
comienzos de 1939 es nombrado director del Instituto de Inmigración y
Colonización.
Cuando me nombraron director de este
instituto me encontré con una cosa horrible, un disparate, estaban
trayendo daneses para que trabajaran en haciendas venezolanas, entonces
traté de organizar aquello. En una oportunidad convencí al general López
Contreras de traer un grupo de casi 300 vascos, y me cayeron encima
porque yo había traído una manada de comunistas, así editorializó “La
Esfera”, al día siguiente de que los vascos habían colocado una ofrenda
floral enfrente de la estatua ecuestre de Bolívar y cantaron una canción
de su folclore.
Hacia mediados de año es nombrado Ministro de Educación, tiene 33 años, y acepta el reto que le ofrece el general tachirense.
Cuando a mí me nombraron Ministro de
Educación yo no me había casado todavía, vivía con mis padres. Un día me
llamó López Contreras, pero antes había ido a casa Diógenes Escalante a
verme y me dijo que me iban a ofrecer el ministerio, y que lo aceptara.
En efecto, en la tarde llamó el presidente y me trasladé hasta su casa,
en La Quebradita, y me preguntó “¿Escalante habló con usted?” Si, le
respondí, pero le digo lo mismo, yo no tengo apremio en ser ministro. Ya
habían pasado varios ministros por allí y habían fracasado, a lo que el
general me respondió: “Es cierto, pero no he sido yo quien ha quitado a
esos ministros, a ellos se les cayeron los pantalones.” Acepté el
cargo.
Un ministro entonces ganaba 5 mil
bolívares y 1500 en gastos de representación. Lo primero que hice fue
hacer un viaje por el país para pulsar la situación de la educación. En
mi gestión al frente del ministerio conté con gente estupenda. Le debo
mucho a la ayuda de Augusto Mijares, un hombre valiosísimo, que ha sido
olvidado, lamentablemente. También estuvo un tiempo conmigo Mariano
Picón Salas, que hizo una labor estupenda en el Pedagógico, trayendo a
los profesores chilenos.
En una oportunidad, Vicente Fuentes, que
era mi director de administración, me dijo que había un millón de
bolívares en una partida, en suspenso. Entonces le dije, guarda eso
allí, y le propuse al general López que fundáramos la Biblioteca Popular Venezolana.
Allí se publicó a Humboldt, a Codazzi, a Baralt, la Antología del
Cuento Venezolano y la de la Poesía Venezolana, todo se hacía con las
uñas. Luego me tocó presidir la comisión que redactó la Ley orgánica de
Educación. Fueron años de mucho trabajo.
En 1941, como era ya tradición de la hegemonía andina, el Ministro
de Guerra y Marina del presidente López Contreras, Isaías Medina
Angarita, asume la Presidencia de la República. Al igual que sus
antecesores, es militar y tachirense. Entonces le ofrece la Secretaría
de la Presidencia al joven Uslar, que ya se había fogueado en el
Ministerio de Educación.
Yo tuve la suerte de trabajar con dos
presidentes muy importantes, que fueron López Contreras y Medina,
particularmente con Medina, con quien tuve una amistad personal muy
grande toda la vida, hasta que murió. Medina era un hombre excelente, es
lo que antes llamaban un patriota, muy venezolano, sentía mucho el país
y lo sirvió.
El decía y lo repetía muchas veces: “Yo
nací militar – y es verdad, porque él entró a la escuela militar muy
joven, de 16 años, y toda la vida estuvo en las Fuerzas Armadas de
Venezuela- y me moriré militar, pero no seré nunca militarista.”
Y usted: ¿nunca pensó en ser militar?
No, no, en aquella época ser militar era
un castigo. Cuando un joven era muy revoltoso y molesto, intranquilo,
lo amenazaban con meterlo en un barco de guerra.
Esta circunstancia, obviamente, pesó
mucho en el futuro político de Uslar. Era difícil que alguien ajeno a
la estirpe tachirense y, además, civil llegara al poder. El mismo Uslar
relata la línea de sucesión.
Gómez designó a López su sucesor el año
30 y todavía le duró 5 años. Era evidente que era el sucesor: tenía todo
el mando militar.
Un hijo de Gómez aspiraba, también.
Decían que José Vicente, pero eso no
tuvo ninguna base. Cierto día en que se presentó José Vicente, en su
rutina diaria de Vicepresidente de la República, y el general Gómez
estaba resuelto a apartarlo, le dijo: “Vicente, antes de que salgamos
vete a tu casa y quítate el uniforme y vuelve“, y este le obedeció y
regresó para salir con su padre en blusa.
Tenía muy claros los símbolos del poder
¿Cómo no?
López también escogió a Medina.
Sin duda, ya Medina había trabajado con él en el Ministerio de Guerra, durante el proceso de la muerte de Gómez.
Se venía creando una hegemonía tachirense.
Desde Castro.
El general Medina intentó deshacerla con el tachirense, pero civil, Escalante. ¿Era posible que Medina lo escogiera a usted?
Era muy difícil que me escogiera a mí:
yo no soy tachirense, y la tradición de militares tachirenses se
imponía, hubiera sido un atrevimiento, una osadía contra los
instrumentos del poder. Un día me dijo: “Vamos a hablar Arturo, vamos a
hablar de la sucesión de la presidencia. Tú deberías ser el presidente
de Venezuela, tienes todas las condiciones para serlo, pero
desgraciadamente en las circunstancias actuales yo soy el heredero de
Cipriano Castro, a pesar de que mi padre murió peleando contra él, y no
sería posible que yo rompiera esa tradición. Vamos a ver en quien
pensamos”. Entonces, de esa conversación surgió la candidatura de
Escalante
¿Usted se la sugirió?
No, yo no se la sugerí, pero él la asomó
y entonces lo llamamos a Washington y vino y pasó una de las cosas más
trágicas que yo he presenciado en mi vida: ese proceso de pérdida de la
personalidad de Escalante.
La historia comenzó con la pérdida de unos pañuelos en su habitación del Hotel Ávila.
Sí, desde que llegó comenzó a dar
síntomas de no estar bien, que se le atribuía a cansancio, pero ya vemos
que era algo mucho más grave. Desde luego, inmediatamente se comenzó a
decir que yo estaba detrás de eso, que yo estaba manejando los hilos
para inutilizarlo a él y ser yo presidente, eso es Venezuela.
Paralelamente, viene corriendo el proceso de distanciamiento entre López y Medina, ya que el primero aspiraba de nuevo al poder.
Así es. Incluso un día fue a verme a
Miraflores Manuel Egaña, hombre que yo apreciaba mucho, y él se ofreció
para arreglar una entrevista con López, cosa a la que yo me dispuse
inmediatamente. Entonces hablé con Medina y él me autorizó. Antes me
dijo: “No vas a lograr nada, ya he intentado hablar con él del tema y
está intransitable.” El general Medina pensaba, y con razón, que iban a
quedar muy mal él y López, en la historia, iban a quedar como dos
compadres que se pusieron de acuerdo para pasarse el poder.
Sin embargo, ¿el general López quería volver a toda costa?
Bueno, también lo empujaban los amigos.
¿La entrevista se dio?
Sí, claro. Yo le dije al general López
que se decía que uno de los inconvenientes para que llegaran a un
acuerdo él y Medina era yo, y le dije que si eso era sí, pues yo me
retiraba, me iba de Venezuela en un cargo diplomático y así quitamos el
estorbo. Me dijo, entonces: “No Arturo, de ninguna manera, eso lo dice
la gente, pero no lo digo yo.” Y luego me manifestó su confianza.
¿Si no hubiese habido ese problema entre López y Medina, el 18 de octubre no hubiera ocurrido?
Posiblemente. Los golpistas aprovecharon esa ruptura dentro del régimen.
¿Durante la presidencia de Medina el general López no tuvo influencia?
Hubo un momento patético a raíz del 1 de
mayo. El general López nunca había querido declarar ese día como el día
del Trabajador, porque era una fecha revolucionaria, él quería que se
celebrara el 24 de julio que, en verdad, no tiene nada que ver. Medina
resolvió que lo lógico era que se celebrara el 1 de mayo y a partir de
allí se hicieron muy difíciles las relaciones. Yo traté de mediar en
todo lo que pude, pero no había manera, el juego se trancó.
El general López era muy anticomunista.
Mucho
Y el general Medina era más bien…
Era un hombre ecléctico y muy abierto, comunista no era, claro.
¿Medina y usted llegaron a conversar a fondo la posibilidad de hacer unas elecciones?
Sí, como no. En esa época se habló de
muchas posibilidades, pero el problema era complejo. Medina siempre me
decía lo que le dije antes: “Arturo, mi padre peleó con un fusil contra
Castro, y ahora yo soy su sucesor.”
Medina era un hombre excelente, un caso
excepcional, un hombre de una gran limpieza de propósitos, no tenía
odios. Yo recuerdo cuando estábamos desterrados, en Miami, una noche en
una fiestica yo estaba hablando con el general Medina y se acercó Irma,
su mujer y se me quedó mirando y me dijo: “¿Usted sabe quién lo quiere a
usted?”. No, Irma, quién, le repregunté, y ella me dijo: “Pues ese
señor con el que usted está hablando.” Además, me dijo: “Yo le quiero
pedir disculpas públicamente porque yo hice todo, todo para malponerlo
con usted, y hay que ver lo que una mujer puede, y no logré nada, de
modo que ese hombre lo quiere mucho a usted.” Inmediatamente le respondí
que yo le pagaba con la misma moneda y hasta el momento de su muerte
mantuve la misma relación con Medina: un hombre lleno de generosidad, de
bondad, de rectitud.
Medina ha sido el presidente más querido
por el pueblo venezolano. Mire, una de las cosas más conmovedoras que
yo he presenciado en mi vida fue el entierro del general Medina. El
había ordenado que sus restos no los llevaran a ningún edificio público,
que los llevaran directamente al cementerio. A las 10 de la mañana
llegó un destacamento de tropa a rendirle los honores militares, allí en
su casa del Country Club. Mientras tanto fue congregándose gente en los
alrededores de la casa, y cuando fuimos a colocar el féretro en la
carroza fúnebre la gente se opuso y se lo llevaron en hombros y a pie
hasta el cementerio, cantando el himno nacional.
A mí me pidieron que escribiera una
frasecita para ponerla en su tumba, que creo que está todavía allí y
dice: “Sirvió a su patria con su vida y después de muerto la sigue
sirviendo con su ejemplo.”
¿El golpe del 18 de octubre los tomó
por sorpresa, no tenían noticias de lo que estaba tramándose, usted era
Ministro de Relaciones Interiores?
No, no sabíamos de la conspiración. Tal
vez fue mejor así. Si hubiésemos tenido noticia, pues Medina hubiera
tenido que tomar medidas represivas y hubiera quedado de otra forma en la historia. Pero, claro, ese golpe le costó muy caro al país.
¿Qué pasa con usted inmediatamente después del golpe?
Me ponen preso en la Escuela Militar. A
los días me manda a llamar Valmore Rodríguez, que era Ministro del
Interior, y me dice: “Yo lamento mucho todo esto, Arturo, usted sabe
que yo lo aprecio mucho, pero para hacer una tortilla hay que romper
los huevos.” Le contesté, bueno con tal de que la tortilla salga bien.
Entonces me dijo que ellos querían sacarme de Venezuela y yo le contesté
que no me quería ir, que yo quería ir a los tribunales a defenderme. Me
dijo que esas acusaciones eran cosa de la política , que esas
acusaciones no se las creía nadie, pero yo le riposté que tenía que
defenderme.
¿Los aventaron, entonces?
Sí, un poco después salimos el general
López, Medina, Diego Nucete, otros y yo. En el momento en que íbamos a
abordar el avión un empleado del Ministerio de Interior le daba un sobre
a todo el que iba entrando. Yo pregunté: ¿esto qué es? Y me respondió:
“Son mil dólares para sus gastos.” Yo no estoy pidiendo limosna, le
dije.
Y esta casa se la confiscaron ¿no?
Sí, incluso en un momento dado se la dieron a un instructor militar chileno, que aquí en este cuarto puso una lavandería.
¿Qué hizo con los libros?
Afortunadamente Francisco Narváez, que siempre fue muy amigo mío, se los llevó para su casa y ahí se salvaron.
Con aquel vuelo, en noviembre de
1945, hacia el exilio, culminan los años del joven poderoso. Además de
Secretario de la Presidencia, el general Medina dispone sus servicios,
temporalmente, en el Ministerio de Hacienda y en Relaciones Interiores.
Son los años en los que se alienta, desde el poder, la creación del
Partido Democrático Venezolano (P.D.V.)
Uslar entonces lo ignora, pero los
años de exilio en Nueva York que va a vivir serán definitivos para su
obra de escritor. El destino lo arranca de las esferas del poder
político, y lo acerca a los libros, a la universidad, a los espacios
donde va a realizarse su vida intelectual.
IV) El exilio: martirio y bendición.
Si en 1929 la experiencia parisina
fue voluntaria, en 1945 la neoyorquina no, pero nuestro autor confiesa
haber tenido mucha suerte. Son los años en que comparte la docencia con
la investigación literaria y la escritura. Trabaja en un libro de
ensayos Las nubes (1946) y en su segunda novela: El camino de El Dorado (1947). Avanza en su pasión venezolanista y publica Letras y hombres de Venezuela (1948). En 1949 da a conocer su libro de cuentos Treinta hombres y sus sombras y el de ensayos De una a otra Venezuela.
Si revisamos su bibliografía hallaremos un hiato en sus siete años de
poder gubernamental, así como caeremos en cuenta del cambio que
significó el exilio en Nueva York.
En realidad yo tuve mucha suerte porque
cuando llegué como desterrado a los Estados Unidos, en Columbia
University estaba un hombre muy valioso, un español, Don Federico de
Onís, que había sido una figura muy destacada de la universidad española
y en esa época el era Jefe del Departamento de Español de Columbia. Yo
llegué sin recursos, a ver qué hacía, incluso en un momento dado pensé
en irme a la Argentina, pero en cuanto de Onís supo que yo estaba allí
me llamó y me ofreció trabajo en la universidad, de modo que me quedé en
Nueva York. Comencé dando cursos de verano sobre literatura venezolana y
después entré al departamento. Allí estaba Germán Arciniegas, con quien
trabé una amistad para toda la vida. Una vez establecido allá, pues
llegaron Isabel y mis hijos, vivíamos en Riverside, y me iba a pie a la
universidad. Compartía cubículo con ,nada menos, que Don Tomás Navarro,
uno de los más grandes filólogos que ha tenido España, y eso fue muy
bueno para mí, pues establecí amistad con aquel hombre respetable, muy
culto.
¿Durante esos años que vivió fuera jamás pensó en quedarse definitivamente allá, siempre tenía en mente regresar a Venezuela?
Siempre. Expatriarme nunca lo pensé,
nunca, yo recuerdo que en una oportunidad en que me ví con José Rafael
Pocaterra, que vivía en Canadá, en labores periodísticas y de enseñanza,
me dijo: “ Pero chico, tú no has pensado en quedarte en los Estados
Unidos, ese es un país dónde tus hijos van a crecer mejor, es un país
organizado y poderoso.” No, José Rafael, le respondí, yo sueño con
regresar a Venezuela.
En 1950 concluye uno de sus mejores ensayos, un modelo de ensayo antropológico: La ciudad de nadie,
exploración a fondo en el alma neoyorquina, ciudad que le brindó
acogida, pero que no por ello venció sus resortes críticos. La vigencia
de este ensayo manhattiano es asombrosa, en el último párrafo se lee:
“¿A dónde vamos? Al fondo del vagón está sentado el hombre que saca
crucigramas en la revista. Cerca de mí, tendido en el asiento, ronca
dormido el borracho. Al otro extremo, una mujer vestida de oscuro
aprieta a su costado a una niña flaca de anteojos. Lo demás está vacío. O
está lleno de algo que no vemos.”
Un año antes ha vuelto de visita a
Caracas; el nuevo régimen no se lo impide, pero el regreso definitivo
será en julio de 1950.Ya han pasado los años duros iniciales del exilio,
Uslar ha sido sometido a una de las pruebas más duras: ha tenido el
poder y lo ha perdido, trance doloroso del que sale fortalecido, se ha
entregado a la docencia, la investigación y a esa otra batalla, todavía
más ardua que la de la vida política, la del escritor, la del que vence
las resistencias y construye su trama de palabras.
V) Vuelta a la patria.
Apenas llega al país, su amigo de
infancia, Carlos Eduardo Frías, lo invita a forma parte de ARS, la
empresa publicitaria que este había fundado hace algunos años. Se inicia
el período, de más de una década, en el que el trabajo en la publicidad
le permite ir haciendo algunos ahorros para el futuro.
Cuando me dejaron regresar,
inmediatamente me vine a visitar a mis padres, a quienes tenía casi
cinco años sin ver. Pasé un mes en Caracas, en esos días fue a verme
Miguel Moreno, viejo amigo de la universidad y Secretario de la
Presidencia de entonces. Me dijo que la Junta Militar veía con buenos
ojos que yo regresara, y me preguntó si quería una embajada. Le dije, no
chico, estoy tratando de regresar a Venezuela y rehacer mi vida, cómo
voy a aceptar una embajada e irme otra vez, sería absurdo. Se los
agradezco mucho, pero esta es la situación. Entonces Carlos Eduardo
Frías me invitó a trabajar con él en su publicidad, y allí permanecí
varios años.
¿Quién sabe cuántas campañas publicitarias fueron obra suya?
Sí, claro. Además en ARS había un clima,
un ambiente muy bueno. Más que una oficina de trabajo era una reunión
de intelectuales, de gente refinada, de venezolanos preocupados.
Sus labores en la publicidad son
acompañadas con la vuelta a la Universidad Central de Venezuela, donde
funda la Cátedra de Literatura Venezolana, también, su viejo compañero
de aulas en el Liceo San José de Los Teques, Miguel Otero Silva, le
ofrece la dirección de El Papel Literario de El Nacional,
jefatura que ejerce hasta 1953. De este año, también, es el comienzo de
su labor pedagógica en la televisión en la que, como sabemos, se empeñó
durante casi treinta años.
Yo me di cuenta de que la televisión era
un instrumento formidable, pero que había que saberlo utilizar y aquí
la mayoría de la gente que trató, entonces, entre ellos Caldera, creían
que estaban dando una conferencia y eso es fatal. Yo me di cuenta de que
había que tener una conversación, y entonces empecé a hacer ese
programa, Valores Humanos, que era un programa muy suelto, sin ningún
atuendo magistral, en tono de conversación, y tuve mucho éxito, tuvo
mucha influencia y a mí me sirvió mucho.
¿Con cuál canal de televisión comenzó?
El primero fue Radio Caracas, pero
después pasó a otro y a otro, hasta que pasó por todos. El programa era
muy visto y muy útil, y me daba mucho trabajo prepararlo. Esto lo
combinaba con todas las otras tareas que adelantaba. La mayoría de los
intelectuales venezolanos han sido muy desordenados, muy
indisciplinados, yo he tenido en cambio una gran ventaja, he sido muy
disciplinado. He sido un amo muy duro conmigo mismo, me he exigido
mucho, nunca he sido complaciente.
Pero usted está satisfecho con lo que ha hecho, ¿no?
Satisfecho hasta cierto punto, uno siempre está pensando en lo que pudo hacer y no hizo.
Su vocación literaria encuentra ahora un nuevo género a explorar: el teatro. En 1957 se estrenan dos de sus obras: El día de Antero Albán y El Dios invisible. La
situación política nacional va en camino de una nueva precipitación: la
caída de Pérez Jiménez. Es hecho preso el 12 de enero de 1958 por
firmar el manifiesto de los intelectuales en contra de la dictadura.
Estábamos presos en la Cárcel Modelo y
ese día se sintió mucho movimiento de soldados. Como estábamos cerca de
la enfermería de la cárcel le pedimos a un enfermo que tenía un
radiecito que lo pusiera, y entonces nos enteramos de lo que estaba
pasando, y supimos que Pérez Jiménez se había ido en un avión. Toqué la
puerta y se presentó un oficial y le dije, mire, el gobierno está caído,
el presidente acaba de huir, usted comprende que un grupo de hombres
como nosotros encerrados aquí, podemos ser útiles en otra cosa, présteme
un jeep para irme a Miraflores. Me respondió que él no podía hacer eso,
que iba a consultar. En efecto, volvió con su superior, a quien le
expliqué lo mismo, hasta que este me dijo, muy bien doctor, pero salga
usted solo.
Nos dieron un jeep, y aquello era un
espectáculo inolvidable, era un carnaval, serían las 3 de la mañana y
toda la gente estaba en la calle, celebrando con banderas, con sábanas, y
así llegamos a Miraflores. Y como íbamos en un jeep militar nos dejaron
pasar, de otro modo no hubiésemos podido. Había mucha gente en el
patio, sobre todo militares, en la sala, en el comedor, ahí estaba
formándose la junta de gobierno con Larrazábal, con Sanabria. Larrazábal
me saludó muy afectuosamente. Me preguntaron si yo quería hablar por
radio y dije que sí, de modo que mi pobre mujer, que no sabía nada de
mí, vino a enterarse de dónde estaba porque me oyó hablando. Pero antes
de hablar por radio les pregunté, bueno, qué van a hacer ustedes, si van
establecer una dictadura no cuenten conmigo. Larrázabal me respondió,
no doctor, no somos hombres de esa clase.
Luego estaba allí Alirio Ugarte Pelayo
que se me acercó y me dijo que si podía redactar el Acta de Instalación
del Gobierno, y nos encerramos él y yo a redactar, pero antes saqué del
cuarto de edecanes en dónde estábamos un retrato de Pérez Jiménez y lo
llevé al patio de Miraflores y tiré el retrato contra el piso y se
volvió pedacitos.
Teníamos como modelo el Acta del golpe
anterior que decía: “Las Fuerzas Armadas ante la situación tal, asumen…
Entonces les dije que no, que eso así no sirve, y redacté así: “Las
Fuerzas Armadas Nacionales ante el reclamo de la opinión pública y el
clamor de la ciudadanía , han resuelto hacer esto y esto… y así quedó.
La verdad es que tuvimos suerte de que allí estuviera Larrazábal.
Pues claro. Sin él aquello ha podido ser
una cosa muy distinta, pero el Contralmirante era otra clase de hombre,
era un hombre bueno.
VI) El llamado de la vida pública, otra vez.
Con la instauración del régimen
democrático en el país, Uslar vuelve a la vida política. La televisión
lo ha convertido en una figura pública y, en 1963, acepta la candidatura
presidencial: la campana suena como su símbolo de batalla. Antes, la
escritura dramatúrgica sigue su curso, en 1960 se estrena Chúo Gil y las tejedoras,
pero también insiste con el ensayo y la crónica de viaje. El artículo
semanal en El Nacional prácticamente forma parte de su naturaleza: desde
1948 lo ejerce sin caídas.
La aventura electoral le trae el
sabor de una extraña derrota: vence abrumadoramente en el centro del
país, y pierde en el interior, gana su viejo compañero de aulas
universitarias, Raúl Leoni, pero Uslar inmediatamente se enfrasca en
otra aventura política: la creación de un partido político que
capitalice el caudal electoral logrado, el FND (Frente Nacional
Democrático). Esta agrupación integra un gobierno de amplia base con
Acción Democrática y URD (Unión Republicana Democrática), pero a los dos
años se retiran del pacto. Ya Uslar se ha destacado en el Congreso
Nacional como Senador y hombre de consenso, entonces se le llama “el
hombre congreso” por su condición de fiel de la balanza en la
correlación de fuerzas, pero ya avanzado el período constitucional, la
experiencia de la conducción de un partido político toca a su fin.
La campaña electoral que realicé fue una
enseñanza muy grande para mí. Recorrí Venezuela entera más de dos
veces, en algunos lugares estuve muchas más veces, y aprendí mucho sobre
Venezuela, sobre el carácter del venezolano.
Gané en Caracas y en muchas partes, pero
me robaron… no tenía suficientes testigos y se hicieron cosas atroces.
En esa época se votaba con unas tarjeticas y el pobre infeliz que iba a
votar llegaba a la mesa, decía su nombre, y le entregaban un juego de
tarjeticas donde no estaba la mía. Entonces este hombre regresaba a la
mesa y decía: “La tarjeta de Uslar no está “, se paraba un testigo de
mesa y decía: “Voto nulo”. Esto pasó muchísimas veces.
Entonces se decía un chiste cruel:
“Uslar ganó el lectorado y perdió el electorado”. Me hicieron todo tipo
de trampas, me quitaron miles de votos.
En 1967 renuncia a la dirección del
FND, convencido de que su vocación no es de político profesional. Dos
años después acepta un reto periodístico: la dirección de El Nacional.
Yo estuve muy vinculado a El Nacional
desde que nació, por mi amistad con Miguel Otero. Recuerdo que cuando
iban a fundar el periódico yo era Secretario de la Presidencia y Miguel
me fue a ver para hablarme del periódico y me dijo: “Arturo, el director
natural de este periódico eres tú, pero como no vas a renunciar a la
Secretaria de la Presidencia no te la ofrezco.”
Pero después le tocó.
Estuve en la dirección cuatro años y
medio, hasta que no quise seguir, renuncié, y me costó mucho trabajo
hacerlo porque no querían que me fuera.
Le consumía mucho tiempo dirigir el periódico, supongo.
Sí, tiempo consume, pero en realidad era
una cuestión de organización, de establecer unos mecanismos. Lo primero
que hice fue establecer el sábado como el día en que me reunía con los
redactores a criticar el periódico de la semana, discutíamos mucho y era
muy útil. Yo siempre les decía a los redactores: escriban la mitad, y
les creerán el doble. Aquí siempre ha habido una confusión entre la
literatura y el periodismo, esas son cosas enteramente distintas.
Entre las anécdotas que recuerdo está
una que tenía que ver con Lorenzo Fernández. El estaba en campaña y, se
decía, que padecía una enfermedad. Un buen día me llama muy temprano en
la mañana diciéndome: “Doctor Uslar, por el amor de Dios, perdone que lo
moleste, pero no hay derecho.” Ese día el periódico publicaba una foto
de Fernández saliendo de una clínica. Le contesté que no sabía cómo
había pasado eso, que tenía razón, que me iba a informar sobre el
asunto. Averigüe y pasó una de esas cosas increíbles: la foto la habían
mandado de Copei.
Hasta 1974 estuvo Uslar al frente
del periódico, pero estas labores no lo apartaban de su vocación
literaria y de su pedagogía televisiva. Comienza a ser distinguido con
premios internacionales y doctorados honoris causa. Publica un poemario: Manoa
(1972) y prosigue su tarea de ensayista obsesionado con la naturaleza
de lo americano. En 1975 el entonces Presidente de la República, Carlos
Andrés Pérez, le ofrece la Embajada de Venezuela ante la UNESCO y
acepta. Vuelve a la ciudad que le abrió las puertas, en su juventud.
El trabajo en la embajada ante la Unesco
fue muy grato. Ese es un organismo dedicado a la ciencia, la cultura,
la educación, con un panorama universal. Allí estuve cuatro años y medio
y, cuando llegué, estaba al frente un hombre muy fino, muy culto, era
musulmán, se llamaba Amadou M’Bow, y se portó muy bien conmigo.
Logré que se creará el Premio Simón
Bolívar, y tuve mucho cuidado de que el fondo del premio fuera
permanente, esa distinción tuvo mucha importancia en 1983, cuando el
Bicentenario del nacimiento del Libertador.
En ese período fui Vicepresidente del
Consejo Ejecutivo de la Unesco, y Venezuela no había tenido un cargo de
esa magnitud en la organización desde los tiempos en que Parra Pérez lo
tuvo. Además, fui presidente de la sección de Derechos Humanos. Unos
años muy buenos para mí, muy útiles.
En 1979 regresa a Venezuela, dando
por concluida su tercera y última etapa fuera del país. Vuelve a su
programa de televisión y prepara la edición de su novela La isla de Robinson.
En 1985 acepta la presidencia de la Comisión Presidencial para el
Estudio del Proyecto Educativo Nacional. Una de sus obsesiones centrales
encuentra posibilidades de articularse, aunque la terca realidad
condujo los esfuerzos por cauces perdidos.
Yo creo que la educación venezolana está
totalmente equivocada, aquí hay que regresar a Simón Rodríguez, a
educar para algo, a educar para vivir en un país llamado Venezuela. Los
estudiantes pasan aquí por distintas etapas sin enterarse de lo que es
Venezuela, reciben unas ideas convencionales, unos prejuicios negativos.
Por otra parte el 90% de los estudiantes
que llega a la Universidad Central de Venezuela viene de escuelas en
las que se paga, y allí no paga un centavo nadie, eso es absurdo, es una
educación muy costosa y por ello debería ser exigente, pero como no
cuesta nada no se exige demasiado. Nuestra educación es muy mala, es
memorística e inadecuada
¿Sigue creyendo que es preferible una elite bien educada que una mayoría con pésima educación?
Evidentemente. Toda mi vida he pensado
eso porque es la verdad histórica, todo el progreso humano lo han hecho
las minorías. Lo contrario es una idea de la Revolución Francesa y de
los soñadores del siglo XVIII. Fueron minorías excelsas las que hicieron
el renacimiento, un puñado de hombres, dos docenas de hombres, esa es
la verdad. Las minorías son las que han hecho que el hombre avance,
aquellos que se han preguntado cosas que no se debían preguntar, la
gente que se ha atrevido a adversar opiniones generalizadas.
En 1986 cumple 80 años y el país
unánimemente lo celebra. Tanto el Congreso Nacional como la Presidencia
de la República festejan su cumpleaños. Es propicia la oportunidad para
revisar el significado de su obra: así ocurre en las principales
publicaciones periódicas del país y de España. El Instituto de Cultura
Hispánica de Madrid, en 1988, organiza su Semana de Autor dedicada a su
obra.
El peso de la figura intelectual de
Uslar sigue en ascenso, va erigiéndose en una suerte de Tótem de la
tribu , de conciencia nacional. El Rey de España, en 1989, lo nombra
Coordinador general de un proyecto de investigación titulado Iberoamérica, una comunidad,
cuyo resultado será publicado con motivo del Quinto Centenario. Al año
siguiente le es conferido el premio “Príncipe de Asturias de las Letras”
y, el mismo año publica su última novela, La visita en el tiempo, con
la que se convierte en el único venezolano, hasta el día de hoy, en
ganar el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos de 1991.
A finales de 1991 pronostica el
golpe de estado de febrero de 1992, y se entrega a la tarea de promover
la destitución del presidente Carlos Andrés Pérez, cosa que logra, junto
a sus aliados, en mayo de 1993, después de una larga batalla jurídica y
de opinión pública, encabezando un grupo que se denominó “Los
Notables”. Desde entonces, y hasta la fecha, sus apariciones públicas
han disminuido notoriamente.
En 1996 los estudiosos de su obra
vuelven a hacer un balance de su vida y su labor, con motivo de sus
noventa años, y el Fondo de Cultura Económica de México edita un volumen
antológico de su obra. Siempre, en el examen que se haga de su trabajo,
Venezuela es centro y fundamento.
VII) La pasión venezolanista.
Sin duda, el tema sobre el que Uslar habla con mayor fruición es el de Venezuela. A sus 94 años sigue siendo la obsesión
principal de su vida intelectual, el objeto de su permanente angustia,
de allí que en la comprensión de la venezolanidad, en su estudio, halle
agua para su sed de respuestas sobre el país, y la naturaleza del
venezolano. Más aún, en pocas personas como en Uslar se ha dado una
consustanciación entre la vida del país y la propia, de tal magnitud.
Por momentos, incluso, pareciera que su vida privada estuviera
supeditada a los avatares venezolanos. Desde muy joven comenzó a tejerse
esta simbiosis entre el país y su vida, al punto en que la situación de
aquel determina el ánimo de éste, de manera asombrosa.
Habría que hacer un estudio sobre cómo
han visto los venezolanos a Venezuela. Esto fue en la colonia un país
muy pobre, un país que no producía prácticamente nada, y después de la
independencia continuó siendo un país muy pobre, un país de aventureros,
un país de buscadores de El Dorado, de minas.
Esto no tuvo nombre sino muy tarde. Esto
fue Tierra Firme hasta que apareció tardíamente el nombre de Venezuela,
ese nombre tan curioso, un nombre despectivo, completamente, es el
nombre de la pequeña Venecia, la ridícula Venecia. Esto durante gran
parte de la colonia fue Tierra Firme, la primera tierra firme con que
tropezaron.
Los indígenas la llamaban Paria y Maracapana
En la costa, recuerde que no había
nombre genérico, ya que no había unidad interna, aquí no hubo un orden
indígena, esto no tenía nombre ni centro, estaba poblado por tribus
diferentes, con grados diferentes de desarrollo, tribus guerreras, como
los Caribes, o tribus agricultoras, elementales. Esto no era México, ni
el Perú, ni siquiera lo que fue Bogotá.
Se parecía a la situación de la Argentina.
Sí, tiene algún parecido, aunque la
Argentina tuvo la vinculación con el Perú, y eso significó mucho, y con
el Atlántico. Pero a la Argentina no fueron a buscar El Dorado nunca,
fueron a buscar el camino para entrar al Perú. En cambio, en Venezuela
desde el principio se estuvo buscando tesoros, buscando riqueza,
buscando El Dorado. Curiosamente, se buscaban minas en un país que no
era minero. Se buscó oro y no se encontró en grandes cantidades, no hubo
una riqueza aurífera que se explotara durante la colonia, no hubo
vetas.
Además, nosotros hablamos de Venezuela
con mucha facilidad, Venezuela no era sino una parte mínima del
territorio, la parte occidental del cabo Codera, por eso hubo dos
colonizaciones distintas y dos regímenes coloniales distintos. La
primera vez que aquí hubo una administración que cubría el país entero
fue 60 o 70 años antes de la independencia, ese no es el caso de ningún
país latinoamericano. Insisto, esto no era México ni el Perú. Cuando los
españoles llegaron aquí no había una ciudad en ninguna parte, no había
una estructura en ninguna parte, no había ni siquiera un nombre en
conjunto. El país no existía como país. Yo siempre he dicho que si al
padre del Gran Mariscal de Ayacucho le hubieran preguntado si era
venezolano, hubiera dicho que no, que él era oriental, que él era de
Cumaná, de la provincia de Cumaná.
Esos colonizadores españoles,
siempre se ha dicho que no eran las personas más calificadas, si se las
compara con los puritanos que poblaron Nueva Inglaterra. Desde siempre
ha habido esta leyenda negra.
Sí, pero eso es otra cosa distinta. Los
españoles que vinieron a Venezuela eran aventureros que venían buscando
riqueza, y los hombres que poblaron Nueva Inglaterra eran hombres que
emigraban de Europa con ideales religiosos, con concepciones políticas,
venían a construir una sociedad justa, son dos procesos completamente
distintos.
Pero que pueden explicar en gran parte los distintos desarrollos que hemos tenido.
En gran parte lo pueden explicar, pero
es eso, son dos mentalidades distintas. La colonización normal de
Venezuela ha debido hacerse por el Orinoco, no se hizo así, tampoco se
hizo central, se hicieron dos: una por oriente y otra por occidente,
ajenas la una a la otra.
La imagen que los venezolanos hemos
tenido de Venezuela es muy curiosa, es la de un país conquistado, no es
la imagen de un país que se hace.
¿En qué sentido conquistado?
Bueno, que no había cultura anterior, no
había centro indígena. Aquí se buscó el Dorado y no se encontró nada,
afortunadamente, si se hubieran encontrado las minas que se encontraron
después quién sabe lo que hubiera pasado.
El Dorado se encontró siglos después con el petróleo.
Ah bueno, claro, pero bajo otra forma distinta, y ha traído como
consecuencia que este país no se desarrollara, no se formara, se hizo
un país subsidiado, un país rentista, esa cosa horrible que es ser un
país rentista. Venezuela es un país que no vive de su trabajo, vive de
la renta petrolera, que la maneja el Estado, que le cayó al Estado como
un don del cielo, y los venezolanos no hemos sido capaces de hacer eso
que yo dije hace 60 años, y que me he cansado de repetir sin que nadie
me haga caso, hay que sembrar el petróleo.
¿Y la nacionalización no trajo beneficios, tampoco?
Tampoco
se le puede cargar la mano a la nacionalización y decir que trajo
solamente cosas malas. En cierto modo era inevitable, dada la mentalidad
que había y la clase de gente que estaba gobernando.
Pasemos a otros punto, doctor Uslar, de las figuras de la independencia: ¿cuales son las que mas le interesan?
De allí salieron hombres muy importantes
y muy influyentes, hombres como Roscio, como Simón Rodríguez, que fue
un personaje muy revelador, que explica muchas cosas. Tenía un
pensamiento utópico, era un hombre de su tiempo, con grandes influencias
de fuera. Por cierto, yo hice buscar la partida de nacimiento de
Rodríguez, es muy curioso, en la partida de nacimiento aparece como hijo
de una mujer, no aparece como hijo de ningún hombre, y el nombre de la
madre está tachado en el Registro.
¿Y Miranda?
Es que Miranda no es una figura
venezolana, Miranda es una figura latinoamericana, una figura del
proceso grande y transformador que unió a todo el continente. Yo creo
que él nunca se sintió venezolano, él se sentía americano. Por otra
parte, yo creo que la historia nuestra ha estado muy mal escrita, con
prejuicios antiespañoles o proespañoles y, después, cuando se hizo una
tentativa de rescate y revaloración de nuestra historia, se cayó en
justificar tesis sociológicas, las tesis positivistas de Arcaya,
Vallenilla Lanz y Gil Fortoul. Antes, nuestra historia era la de
“Venezuela heroica”, una historia de héroes, una “Ilíada” en lugar de
una verdadera historia.
Fíjese en todas las diferencias que hay
entre Colombia y Venezuela, en cuanto al carácter nacional, la
estructura económica del país, la historia del país, ya dijimos que esté
fue un país que se estructuró tardíamente. Por otra parte, a mí siempre
me ha llamado la atención la relación tan rica que tuvo Venezuela con
las islas de las Antillas, que es un caso único, porque los demás países
no tuvieron eso, y nosotros sí, estábamos frente a un collar de islas
protestantes, revolucionarias, a 4 o 6 horas de navegación en vela,
estábamos en islas herejes que nos trajeron un contacto valiosísimo,
privilegiado con otras formas de pensamiento. Este hecho, realmente,
hace que nuestra historia sea distinta a la de los demás países
latinoamericanos y este hecho, francamente, no lo vemos con la
importancia que merece.
¿Usted cree que puede hablarse de virtudes colectivas en el venezolano?
Creo que tenemos muy pocas virtudes en
el sentido tradicional de la palabra. Claro, no es que somos una manada
de ineptos o de imbéciles, de mala gente, pero virtudes colectivas nunca
las hemos desarrollado. Hemos sido muy dispersos, muy individualistas,
muy gente de alzamientos, compare usted la historia de Venezuela con la
de nuestros vecinos. Realmente era muy difícil que aquí no se cometieran
muchos disparates. La situación en el siglo XX venezolano ha sido
extraordinariamente inusual y corruptora, la situación de un país pobre,
muy atrasado y muy ignorante que de pronto tiene un Estado inmensamente
rico, y que esa riqueza no se debe al trabajo nacional. El gobierno se
convirtió en el principal agente de enriquecimiento y no hubo clase
dirigente, esa es la verdad, en otros países si la hubo y muy poderosa y
muy eficiente, en Colombia, para no ir tan lejos, en el Perú, para no
hablar de la Argentina. Venezuela desde la independencia no ha tenido
clase dirigente, hemos tenido gente que oye cosas por aquí y por allá y
ha tratado de hacer lo que puede, somos gente muy inmadura, muy
superficial. A este país le cayó encima una montaña de recursos y no fue
capaz de emplearlos medio sensatamente.
Hay que recordar siempre que esto tuvo
un centro muy tardíamente, recuerde que la estructura actual de
Venezuela y Caracas como centro se consolida con la generación que hace
la independencia.
Sin embargo, la Caracas que describe Humboldt está lejos de ser paupérrima.
Si, pero recuerde que él describe la
vida de las clases altas y el desarrollo agrícola que se logra en ese
medio, pero aquello reposaba sobre la esclavitud, sobre una estructura
no muy sana y sobre el cultivo de las perlas. La relativa prosperidad
que tuvo Venezuela durante la colonia se debió a las perlas, mientras
buscaban el oro que no encontraron nunca. Aunque también hay que
estudiar el caso de la Guipuzcoana que fue positivo, fue lo que tendió
un vínculo con la parte más adelantada de España, el país vasco, la
parte que tenía mayores posibilidades de desarrollo.
¿Siempre hemos sido un país descuadernado, desbaratado?
Este ha sido un país muy peculiar, muy
contradictorio, muy impredecible, muy sin esqueleto. El día que se
escriba la historia de los venezolanos con la riqueza petrolera eso va a
ser espantoso. Ese es uno de los hechos históricos más significativos y
más inexplicables que ha tenido ningún país latinoamericano, a ninguno
le llovió de repente una riqueza gigantesca, que equivale a seis o
siete planes Marshall. Este es un país sin cabeza, sin clase dirigente,
inmaduro.
¿En estado de adolescencia permanente?
Yo no me atrevería a decir que en estado
de adolescencia porque la adolescencia es un proceso de maduración y yo
no veo aquí síntomas por ningún lado de eso, todo lo contrario, más
bien pareciera que estamos condenados a vivir en ese limbo, en la
falsificación de la historia y de los hechos, es curioso. Sin embargo,
este es un país que ha hecho cosas importantes y que ha dado hombres
importantes, este es el país de Bolívar y de Bello, pero de eso no queda
nada.
Siempre hemos tenido una tendencia a
sustituir la realidad, a ver las cosas de otra manera. Yo creo que aquí
no se ha hecho la necesaria indagación sobre la imagen de Venezuela, que
siempre ha sido una imagen falsa y una imagen de riqueza sedienta y de
búsqueda de lo mágico. Desde la búsqueda de El Dorado aquí no se
trabaja, aquí no se ha colonizado el territorio, se ha ocupado el
territorio.
VIII) Los hombres de su tiempo.
A lo largo de nuestros diálogos el
doctor Uslar ha emitido juicios sustanciales sobre sus compañeros de
viaje, bien sea que se trate de sus amigos o de los hombres de su tiempo
vital, que no necesariamente ocupan un lugar en la casa de los afectos.
He preferido separar las aguas y ofrecer el juicio en capítulos
distintos. El lector comprenderá por qué. Algunas veces lapidario, otras
más dado al matiz, lo cierto es que estas opiniones
no ofrecen desperdicio, y se fundamentan en valoraciones más racionales
que emocionales, aunque no puede pedírsele a nadie que la emoción se
mantenga alejada totalmente del juicio.
Rómulo Betancourt en aquella ciudad
pequeña era un tipo conocido, era periodista. Muy enamoradizo, con poco
éxito y, por supuesto, muy ambicioso, lleno de ambición, muy
autoritario.
Luego la vida lo cambio un poco, ¿no?
Debió cambiarlo un poco, me imagino yo.
Recuerdo que en su segundo período, ya presidente electo
constitucionalmente, tuve que hablar con él, él siempre me trató muy
bien. En aquella oportunidad me dijo: “Estos izquierdistas venezolanos
son unos pendejos, nunca han entendido qué es lo que hay que hacer. Lo
primero que hacen es levantar una bandera antiamericana, esa es una
estupidez, la revolución hay que hacerla, pero hay que hacerla con los
Estados Unidos.” Era un hombre con un potpourri atravesado, no tenía
ningún estudio serio, un hombre de mucha ambición y de mucha audacia.
Pero algunas veces le sonó la flauta.
Sí, claro. Tenía mucho instinto, por
ejemplo después del golpe del 45 salió a buscar a un mascarón y Gallegos
se prestó. Betancourt utilizó muchísimo a Gallegos. Y Gallegos era un
hombre muy débil, muy perezoso mentalmente, la obra de pensamiento de
Rómulo Gallegos no existe. Nada, ni un artículo. Era muy timorato, le
costaba muchísimo tomar decisiones.
En ese panorama Gonzalo Barrios era
distinto. Primero, Gonzalo era un hombre de mucha simpatía personal, era
buena persona. En ese grupo había muchos resentidos, él no, él era
abierto y franco, con muchas limitaciones, claro, pero no era un
sectario, no lo fue nunca, ni fue un malvado tampoco, y yo me atrevería a
decir que no fue deshonesto.
¿Y Leoni?
Yo a Leoni lo conocí muchísimo, porque
fuimos condiscípulos en la universidad. Era muy buena persona, con una
formación incompleta, pero era un hombre sereno, y en general yo creo
que su actuación no fue mala en aquel desbarajuste que se produjo con el
golpe de estado del 45.
¿Y Picón Salas?
Mariano vino tardíamente. El pasó casi
toda su juventud en Chile, y cuando vino a Venezuela era prácticamente
un extranjero, sin vinculación con nadie, era muy timorato, Mariano.
Además, Venezuela era un país muy bárbaro, muy incivilizado, y Mariano
se había formado en Chile.
¿Cómo ha sido su relación con Caldera?
Caldera es un hombre muy raro. Yo creo
que, básicamente, es un hombre muy limitado de horizontes y tiene , en
el fondo, una tendencia autoritaria y monástica. El tuvo mucha
influencia falangista en la época de estudiante, en la época de la UNE.
Nosotros tuvimos un famoso debate por televisión, organizado por Carlos
Rangel. La noche del debate en que salí de mi casa para la estación de
televisión, la ciudad estaba vacía, todo el mundo estaba pegado al
televisor, esperando.
Desde que llegamos al canal, Caldera
estaba interesadísimo por decidir quién comenzaba a hablar primero y a
mí me daba lo mismo, hasta que lo decidimos con una moneda. A lo largo
del debate él me preguntó con mucha insistencia si yo era anticomunista,
y me reclamaba que yo nunca hubiese dicho que era anticomunista. Le
dije que no, que yo nunca sería anti-nada, porque no soy un fanático. El
fue falangista.
Recuerdo que en una época aquí hubo
gente que trató de ponernos de acuerdo a Caldera y a mí, pero no se
logró nada. Una señora muy amable y gentil organizó unos almuerzos en su
casa, en los que nos encerraban a Caldera y a mí para que habláramos y
nos pusiéramos de acuerdo alrededor de un proyecto político, pero no se
alcanzó nada.
¿Y Carlos Andrés Pérez?
Ese es otro tipo de hombre. Carlos Andrés es un aventurero, muy astuto, muy ambicioso.
¿Recientemente no lo ha visto personalmente?
No. La primera impresión que yo tuve de
él fue cuando él era viceministro del Interior, y el Ministro era Dubuc,
ya entonces se revelaba como un hombre muy ignorante y muy ambicioso.
¿Durante la dictadura de Pérez Jiménez, Pedro Estrada no lo hostigó?
No. Yo tenía una gran ventaja, entonces,
y era que Laureano me conocía a mí desde niño, teníamos una buena
amistad. El era muy culto, hablaba muy bien francés e italiano, era muy
inteligente, y me imagino que Estrada no se metía conmigo por que sabía
de mi amistad con Laureano. Por cierto, él me contó una de esas cosas
típicas de la picaresca venezolana. Cuando entró a Miraflores después
del golpe de estado a Gallegos se encontró con uno de esos tipos que
parecía que había nacido en Miraflores. Pues cuando vio a Laureano se le
precipitó encima a felicitarlo, diciéndole: “Don Laureano, al fin
salimos de esa gente.” Y entonces Laureano le dijo: “¿Y tu no eras
adeco, chico? Y el hombre le respondió: “Jumm, eso creían ellos.”
¿Chávez?
Un delirante, ignorantísimo, dice
disparates, qué desgracia, el país no logra encaminarse. Pero era muy
difícil que Venezuela pudiera encontrar su camino, trató de encontrarlo
con López y con Medina, después vino el 18 de octubre y los gobiernos
militares y esto se fue, se perdió. Este hombre habla con una arrogancia
y una suficiencia increíble, a él se le han pegado algunas frases que
ha oído, como esa del liberalismo salvaje, eso lo llena de felicidad. No
puede haber liberalismo salvaje, el liberalismo es la flor de la
civilización, el tolerar la divergencia.
El liberalismo está fundado sobre la tolerancia, el respeto al individuo, el respeto al otro.
Creo que era Voltaire el que decía: “Yo odio lo que usted dice, pero odiaría más que usted no lo pudiera decir.”
IX) Los Amigos.
No ahorra Uslar en el momento de
expresar el afecto hacia sus amigos. Es un hombre agradecido que exalta
el valor de la amistad y que, además, ve con claridad la intensidad y el
valor de sus vínculos amistosos. La lista comienza con su primo hermano
Alfredo Boulton Pietri.
Ese fue más que un hermano para mí, toda
la vida, fue una amistad sumamente estrecha, muy franca y clara, era un
hombre excelente, de muy buena calidad humana, el hombre que mejor
conocía la historia de las artes plásticas venezolanas.
Carlos Eduardo Frías
Nos conocimos en Maracay, de modo que
fuimos amigos desde la infancia. Tuvimos una amistad fraternal. Carlos
Eduardo era un hombre de gran talento, dejó la literatura y se dedicó a
la publicidad, fundó ARS y fue el hombre que creó, realmente, la
publicidad en Venezuela, antes de él no había nada.
Antes le he mencionado mi amistad de
toda la vida con Florencio Gómez, amistad que también nació en mi
infancia en Maracay. De mis amigos de entonces todavía vive Rafael
Domingo Revenga, pero ya está muy mal de salud. Con Miguel Otero la
amistad surge en la adolescencia, cuando estuvimos juntos en el Liceo
San José de Los Teques.
¿Y sus amigos de París?
Con Miguel Angel Asturias tuve una
amistad toda la vida, era un hombre encantador, nos reuníamos en la
terraza de La Coupole a conversar de lo divino y lo humano, y allí
también hice amistad con Alejo Carpentier. Recuerdo que un día nos
pusimos a hablar de los Haicai, esa forma poética, y comenzamos a hacer
unos y Miguel Angel escribió uno muy largo y le dije: “Chico, tiene que
ser una cosa más restringida.” Y entonces escribió una cosa increíble:
“Timón adelante de barco atrasante.” Miguel Angel tenía una cabeza de
indio maya fabulosa, él fue el que tradujo el Popol Vuh al español, del
francés.
Háblenos de otros amigos, ya menos cercanos.
Pedro Sotillo era un hombre excelente.
Siempre recuerdo un cuento estupendo de él: “Los caminos nocturnos”. El
fue, como usted sabe, jefe de redacción y director durante muchos años
de El Universal.
Con Antonio Arráiz mantuve una amistad de toda la vida. Escribí el prólogo a la segunda edición de Aspero
y muchos años después fui el responsable de que Antonio se fuera para
los Estados Unidos a vivir. El estuvo de paso por Nueva York, donde yo
estaba exiliado, y me comentó que le gustaría salir de Venezuela, que se
sentía asfixiado. Entonces ocurrió una casualidad y fue que un
boliviano llamado Diómedes Pereira, que trabajaba en las Naciones
Unidas, me comentó que iba a renunciar a su trabajo y que si yo lo
quería. Pues yo le dije que no, que estaba muy contento con mis clases
en Columbia University, pero que conocía a un venezolano que si estaba
interesado y le mencioné a Antonio y así fue como entró a trabajar en
las Naciones Unidas y allí estuvo muchísimos años, me parece que del 49
al 62, cuando murió de un infarto. Antonio era un hombre excelente, un
poeta, muy venezolano, muy buena persona.
Tuve mucha amistad con el profesor
Rosenblat, uno de los hombres más útiles que ha habido en Venezuela, muy
generoso. También fue muy útil Isaac Pardo, hizo cosas muy buenas. Hace
poco se publicó un libro de conversaciones con él, allí dice cosas muy
interesantes.
¿Usted fue el que le puso el sobrenombre de El Murciélago?
No, no fui yo. Ese sobrenombre se lo
pusieron cuando estuvo preso en Palenque, siendo estudiante. Parece que
él se levantaba muy temprano en la mañana y tenía una especie de
sobretodo, que le quedaba muy grande, y se lo ponía, y entonces el
viento lo sacudía y sus compañeros comenzaron a llamarlo El Murciélago.
De Guillermo Meneses y de Juan Liscano
también he sido amigo, ambos excelentes escritores, pero con ellos no he
tenido así una intimidad muy grande.
X) La casa por dentro.
La vida íntima del doctor Uslar es
poco conocida, entre otras razones porque en su vida pública no ha dado
señales de que en la intramuros pase algo que suscite el más mínimo
asombro. Sin embargo, en sus hábitos, en la estructura familiar, reposan
claves de significación para comprender la obra y la personalidad de
este venezolano que signa con su presencia todo el siglo XX que
concluye.
Yo me casé el año 39 con una mujer de la que guardo el más grato recuerdo: mi mujer fue excelente.
En su poema, “Aniversario”, se recoge ese sentimiento.
Así es. Mientras más recuerdo a Isabel
más ternura siento por ella, una mujer excepcional, no tenía un pelo de
egoísmo, era el ser más desprendido, más abnegado, más leal que podía
haber. A mí me hizo mucho bien, me ayudó mucho su presencia, su ayuda.
Era una mujer discreta, educada. Conmigo fue excepcional. Hay que ver lo
que fueron esos años que pasamos en el exilio en Nueva York y cómo me
ayudó Isabel, en todo.
Sus batallas tuvieron lugar fuera de la casa, ninguna puertas adentro ¿no?
Siempre he tenido una vida privada muy
serena. Nunca he tenido una vida conflictiva en lo personal. Mi vida ha
sido muy clara, muy diáfana. Tuve la suerte de encontrarme con mi mujer,
que fue inmejorable, con ella no tuve nunca ni una discusión.
Qué suerte, qué gran suerte.
Sí, realmente que sí.
¿A su mujer le gustaban sus libros?
Ella era muy poco intelectual. Era una
muchacha venezolana, de una familia muy tradicional, los Braun Kerdel,
su padre era don Carlos Braun. Cuando yo resolví casarme, recuerdo que
fui a hablar con don Carlos, que era un hombre muy serio, muy
respetable, pues le dije: “Mire don Carlos, yo estoy muy enamorado de
Isabel y me gustaría casarme con ella, si usted no tiene inconveniente.”
El me dijo: “No chico, estoy muy contento con el matrimonio, lo único
que te aconsejo es que dejes la política.”
Usted no le hizo caso.
No.
Eso que la gente llama Hobbies, distracciones, usted no los ha tenido, ¿no?
Hobbies nunca he tenido. Eso de ponerse a criar pájaros y cosas por el estilo, nunca me ha interesado.
¿A qué se dedicaba cuando se iba para la casa de la playa?
Llevaba libros y me dedicaba a leer, y
aprovechaba la orilla del mar para llevar una vida más sana. Yo nunca he
sido fiestero, entre otras cosas porque yo no tomo, tomo muy poco.
¿Tampoco ha sido fumador?
Sí, eso sí, toda mi juventud fui fumador, pero lo dejé hace muchísimos años
¿Ha sido de buen dormir?
De muy buen dormir. Nunca he tomado una
pastilla para dormir, nunca en mi vida. Además, toda mi vida he dormido
siesta. Por lo general duermo una hora y media después de almuerzo.
¿Con qué sueña?
Sueño mucho. De repente sueño cosas con cierta continuidad, en las que me encuentro en situaciones determinadas.
¿De alguno de esos sueños ha salido algún cuento suyo?
No.
¿Sueña con su infancia?
No. Sueño con cosas raras, mi situación actual pero en condiciones raras, con gente que no conozco.
¿Alguna vez imaginó que iba a tener una vida tan larga?
No, aunque mi familia ha sido bastante longeva. Mi padre murió de ochenta y tantos. Yo tengo ya 94.
Muy bueno, ¿no?. Ha visto tanto.
Tiene su balance, también he visto cosas que no hubiera querido ver.
Sí, pero su vida ha sido plena.
Sí lo ha sido. Yo no lamento nada de lo
que he hecho en mi vida, y esto es difícil decirlo. Siento que hice lo
más que pude dentro de lo que yo soy. Siempre me sentí con mucha
obligación con el país, no sé por qué.
¿Cómo es la vejez?
Lo va aislando a uno, le va atenuando
los sentidos. La memoria se afecta muchísimo, se hace uno olvidadizo,
de modo que tiene muchos aspectos negativos. De Gaulle decía que la
vejez era como un naufragio.
Pero usted la lleva con serenidad.
Sí, la verdad es que yo he tenido siempre mucho equilibrio. Es mi manera de ser, una condición de la sensibilidad. Nunca he sido un hombre de extremos y la violencia me parece horrenda, lo peor.
XI) El laberinto de la creación.
Aunque para el doctor Uslar no es
fácil hablar de su obra literaria, el tema es naturalmente insoslayable.
Se siente más a gusto hablando de Venezuela que de sus tareas con la
palabra. Sin embargo, vence las resistencias y se detiene en este
aspecto fundamental de su vida.
Yo no soy producto de ningún plan, de
ningún proyecto que yo concibiera hasta ahora, fui un producto de mi
manera de ser, de mi manera de entender y de sentir, de mi noción de lo
que era el país. Yo creo que he sido uno de los escritores más
venezolanos que ha habido, preocupado por el país. Toda mi vida me he
valido de todos los medios, por ejemplo, la labor que yo hice con la
televisión no la hecho nadie en hispanoamérica, divulgando conocimientos
de una forma sencilla y directa.
¿En los años recientes, ha tenido entre manos algún proyecto literario?
No, por Dios, ya no, no puedo hacerlo.
No puedo dictar, una obra de creación no se puede dictar. Se puede
dictar un poema, una exposición sobre algo, pero una obra de creación
literaria es algo muy íntimo, con otros mecanismos.
La relación suya con otras manifestaciones artísticas ha sido principalmente con la pintura, ¿no es así?
Siempre me interesé mucho por la pintura y por la fotografía.
¿La música le ha sido más ajena?
He oído mucha música, pero no la he estudiado en serio. Sigo oyéndola con mucha frecuencia.
¿Cuáles son sus compositores preferidos?
Me gustan los románticos y los autores
de principios de siglo, Stravinsky, entre ellos, los rusos, pero estoy
muy lejos de ser un experto o un melómano.
¿Hay algún libro suyo al que le tenga más cariño que a otro?
Es algo muy difícil de decir, desde
luego, pero Barrabás, que fue mi primer libro, tiene una significación
extra literaria para mí.
¿Hay algunas obras que le hubiera gustado escribir y no lo hizo?
Ah, bueno, eso sin duda alguna. Una vez
que me metí en política eso me perturbó mucho y después, cuando hacía
programas de televisión, pues ya se me hacía muy difícil estar
investigando.
¿Se estableció alguna disciplina para la escritura?
Una disciplina en particular, no. Siempre he sido disciplinado por naturaleza.
¿Prefería escribir en la mañana o en las tarde?
En la mañana era más fácil porque había menos compromisos, en la tarde siempre habían invitaciones, reuniones, visitas.
Cuando escribió novelas: ¿se hacía un plan general de la obra previo o estas se iban dando de acuerdo con la navegación?
En general, las novelas mías no son
novelas. En realidad, son reconstrucciones históricas, así es El camino
de El Dorado y Las Lanzas coloradas.
Supusieron una investigación muy acuciosa.
En algunos casos sí. Incluso algunos de
mis cuentos son así, otros no. Recuerde que mi obra cuentística es muy
extensa, yo debo dejar alrededor de 70 u 80 relatos, en total.
¿Cómo valora sus obras de teatro?
Me gustan mucho, por ejemplo, creo que
Chúo Gil es de lo mejor que yo he hecho. El teatro es muy difícil porque
es algo participativo. Uno es dueño de su prosa hasta un punto, pero en
el teatro no.
¿Tiene previsto algo en relación con sus Obras Completas?
No
¿Se deben organizar temáticas o genéricas?
Creo que llegará el momento en que alguien se ocupe de eso.
¿Tiene alguna sugerencia para esa persona?
En la Fundación Polar hay un grupo que
se ocupará de la divulgación de mi obra. Ellos tienen todos mis
originales y mis documentos. Hay una inmensa cantidad de material allí.
Háblenos de su gustos literarios, por ejemplo, ¿la lectura de El Quijote le ha acompañado?
Nunca fui muy lector del Quijote. La
prosa cervantina siempre me sonaba un poco teatral. Claro que es un
grandísimo escrito, pero me interesan mucho más las novelas y los
entremeses de Cervantes.
¿Y Quevedo?
Ahh no, Quevedo es el más grande
escritor de lengua española. Ese es un monstruo, no solamente “La vida
del buscón”, que es muy buena, sino “Los sueños”. Esta es una de las
grandes obras de la literatura de todos los países y de todos los
tiempos.
¿Gracián?
Muy valioso.
¿Borges?
Conocí
a Borges. Era un hombre muy grato, muy fuera del mundo. Su ceguera lo
aislaba mucho, siempre andaba como en una especie de monólogo.
“Ficciones” es un libro extraordinario, una de las grandes obras de la
literatura castellana.
¿Y los filósofos?
Yo no he estado adscrito a un pensamiento filosófico, he sido un poco vagabundo.
XII) El color del futuro.
A lo largo de estos diálogos
finiseculares, el fuego de la actualidad política venezolana estuvo
siempre presente, siempre con la perspectiva del que la ausculta para
otear el futuro. Preguntas que desde joven acicatean a Uslar: ¿hacia
dónde vamos? ¿cómo construimos un futuro mejor?
Yo no soy optimista, soy muy pesimista,
es que uno no ve qué puede pasar con Venezuela. Desde el punto de vista
del azar, pues puede pasar cualquier cosa, pero desde el punto de vista
de un desarrollo más o menos lógico, no se ve, no hay propuesta para
Venezuela. No hay partidos políticos, los aparentes dirigentes que hay
son una gente de muy segundo orden, estamos muy corrompidos. No nos
podemos comparar con otros países cercanos, con Colombia no nos podemos
comparar, ni con el Perú mismo y no digamos con Argentina, Uruguay o el
Brasil, que es esa inmensidad.
Estoy muy angustiado con esto que está
pasando con este país. Este es un momento muy malo, muy peligroso, hay
mucho dinero, muchísimo dinero y no hay orientación. La educación es un
desastre, la política espantosa, no hay debate, el país está sin rumbo,
sin destino, sin clase dirigente, hay aventureros, pícaros, gente que
tira la parada.
Ahora hablamos de revolución, es muy
curioso, la idea de revolución desapareció del mapa. En este momento no
queda ningún poder revolucionario en el mundo, menos en Venezuela,
claro, y Cuba. Lo trágico es el nivel de la gente que nos gobierna. Yo
oía a Chávez el domingo, qué cantidad de disparates dijo y con qué
autosuficiencia, con qué arrogancia. Este es un país muy infortunado.
Era muy difícil que aquí las cosas hubieran pasado de otra manera,
porque este fue siempre un país muy pobre y muy atrasado, aislado, lleno
de inestabilidad, de golpes de estado, de eso que llaman revoluciones
y, además, apareció esa riqueza inmensa del petróleo en manos del
Estado, que provocó una distorsión total.
Si alguien se atreviera a hacer un
estudio sobre la idea de revolución en Venezuela, se vería lo que ha
costado, lo que ha significado, lo que contiene, lo que expresa, es
lamentable.
Ya le digo, yo estoy en un estado de ánimo muy malo, no tengo
esperanzas, estoy como en el infierno de Dante. Aquí no hay de dónde
agarrarse, es lastimoso un país sin clase dirigente, aluvional,
improvisado, improvisante, improvisador. Hay que ver lo que hubiera sido
este país con esa montaña de recursos, si el gobierno hubiera tenido un
poquito de sentido común.
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