1895 Nace Enrique Bernardo Núñez

 
Enrique Bernardo Núñez (n. Caracas; 20 de mayo de 1895 - f. 1 de octubre de 1964) fue un escritor venezolano y cronista oficial de la ciudad de Caracas en dos ocasiones. Fueron sus padres Enrique Núñez y Isabel María Rodríguez, tras cursar sus primeros estudios en la escuela del doctor Rafael Pérez, en 1907 ingresó en el Colegio Requena, en donde empezó a dar muestras de su innata vocación literaria y de su interés por los conocimientos históricos, con la fundación de una publicación escolar que llevaba el significativo título de Resonancia del pasado. Pasó su niñez y parte de la adolescencia en Valencia, hasta que cumplió quince años, se mudó a Caracas con la idea de estudiar medicina en la Universidad Central de Venezuela y dedicarse al periodismo.Había completado la primaria en la escuela de Rafael Pérez y el bachillerato en el colegio Requena, en el cual ingresó en 1907, y fundado, un año antes de dejar su Valencia natal, el periódico Resonancia del Pasado.

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Enrique Bernardo Nuñez y su familia en 1929
 Dos años después de ingresar a la universidad abandona sus estudios, interesado por la vocación literaria, muy influenciado por su amigo Ángel Miguel Queremel. Durante estos tiempos era habitué en las tertulias y reuniones realizadas por los escritores luego conocidos como "Generación de 1918", y escribió sus primeras obras serias. En 1918 obtuvo una mención en en los Juegos Florales con la obra Bolívar orador, y publicó su primera novela, llamada Sol interior.
En el año 1919 da su primer aporte a la cuentística venezolana publicando tres cuentos recogidos bajo el título “Poemas de mentiras y de risas”, Pero su principal contribución a este género son los tres cuentos que publicaría doce años más tarde bajo el título Don Pablos en América, los cuales tratan sobre una especie de crónicas de la vida picaresca del conquistador español y cuya temática es destacar el placer que proporciona la libertad.
Comenzó además su carrera periodística, siendo redactor de El Imparcial entre 1919 y 1920, y colaboró desde 1922 en otros periódicos como El Universal, El Heraldo y El Nuevo Diario y revistas como Élite y Billiken.

Dirigió el diario El Heraldo de Margarita, fundado por él en 1925, tiempo en el que ocupaba el cargo de Secretario General de Gobierno del estado de Nueva Esparta, durante la presidencia de Manuel Díaz Rodríguez.

También ejerció la carrera diplomática, Poco después de regresar a Caracas, el canciller Pedro Itriago Chacín lo convenció de que aceptara el cargo de primer secretario de la legación de Venezuela en Colombia, cargo que aceptó y repitió. Allí, mientras cumple sus funciones burocráticas, colabora con el diario El Tiempo y publica algunos folletos, entre ellos, Un poeta y un panfletista y Venezuela es un cuartel. En 1929 es designado Consùl en Cuba,  en La Habana, capital cubana, es donde comenzó a escribir Cubagua, a la que pondría punto final un año después, en la legación en Panamá. Cubagua aparecería publicada por la editorial Le Livre Libreen en París en 1939, en el fatídico año del inicio de la Segunda guerra mundial, hecho éste que sin duda permite comprender por qué esta novela careció prácticamente de recepción crítica en Francia. 
Enrique Bernardo Núñez  era un obsesivo de la reescritura: Cubagua, su obra más célebre, llegó a conocer hasta cuatro ediciones corregidas por el propio narrador venezolano

Antes de dejar Panamá escribió una crónica sobre el Canal, La galera de Tiberio.

Una anécdota resume el nivel de insatisfacción de Núñez: cuando la novela La galera de Tiberio salió de imprenta, el escritor la arrojó a las aguas del río Hudson, en Nueva York (sólo se salvaron algunos ejemplares que permitieron su posterior reedición en Cuba). "Núñez era un obsesivo, un tipo descontento con lo que hacía. Corregía y corregía. Llegaba hasta la autodestrucción. Todas sus obras sufrieron eso", explicó Alejandro Bruzual, que se encargó de una edición crítica-genética de Cubagua que incluye un segundo final. La finalizaria  ya de regreso a Venezuela, en 1932.

Seis años después, muerto ya Gómez, partió a Baltimore como cónsul de Venezuela. Fue en Estados Unidos, en 1941, donde conoció a Rómulo Betancourt, con quien le uniría una gran amistad.
El gran Enrique Bernardo Núñez en el Palacio de Miraflores; por Milagros Socorro
De izquierda a derecha: José Antonio Calcaño, Carlos Andrés Pérez, Rómulo Betancour y Enrique Bernardo Núñez. Palacio de Miraflores, Caracas. 1960. [Archivo de Fotografía Urbana]


El 30 de septiembre de 1940, Rómulo Betancourt le envió una carta a Enrique Bernardo Núñez, desde Santiago de Chile, donde se había instalado con su familia después de haber sido apresado por la policía política. Allí le dice que quiere reanudar a distancia el diálogo epistolar que habían iniciado cuando Betancourt estaba todavía en la clandestinidad. “Sigo atentamente lo que escribes”, le dice el exiliado al gran escritor a quien va a admirar por décadas. “Y veo que casi siempre coincides con el Partido, ojalá que estés cada día más cerca de él, más al lado nuestro”.

El propósito de la misiva era, pues, conquistar al autor de “Cubagua” para que se uniera al Partido Democrático Nacional (PDN), fundado por Betancourt, que, al funcionar entre 1937 y 1941) es uno de los antecedentes de Acción Democrática.

“El trabajo por equipo alrededor de un programa concreto y de una disciplina colectiva conscientemente aceptada, aumenta la capacidad creadora del escritor  y le da una proyección más seria a su obra. Pareciera ser más cómoda y más ‘libre’ la postura del francotirador. Pero no es así. Las fuerzas que combatimos están coaligadas, vertebradas por lazos que aún en países como el nuestro, sin aparente estructuración política, de los reaccionarios, son muy sólidos. El instinto de defensa de las comodidades y privilegios hace el papel del cemento. Los aglutina. Nosotros no podremos derrotarlos sino oponiendo a su bloque antivenezolano otro de base nacional y seriamente organizado. No otra cosa es el Partido, con todo y sus grandes deficiencias, nacidas de las condiciones mismas en que se ha forjado. Estoy seguro de que cuando llegues a sus filas, en ellas te encontrarás bien y sentirás cómo tu admirable labor de columnista, así como también la otra tan valiosa de escritor y artista, se enriquecerán de matices nuevos. Para mí personalmente, que tanto he llegado a estimarte como intelectual y como ciudadano, será un momento de honda satisfacción aquel en que te sepa ya actuando en la fervorosas filas pedenistas”.

Pero Enrique Bernardo Núñez nunca se integró a esas filas ni a ningunas otras de carácter partidista. Está escarmentado de haber servido al gomecismo y, una vez muerto Gómez, no quiso oír hablar de alineamientos con poderes o con aspirantes a serlo.

En su libro Hombres y villanos, publicado en 1975, Rómulo Betancourt consigna que esa carta “no obtuvo respuesta”. Agrega que ya de regreso a Venezuela, en 1941, habló personalmente con Enrique Bernardo Núñez, quien le dijo que el grupo político le merecía confianza, pero “su individualismo incurable —según expresión textual— lo inhabilitaba para someterse a una disciplina de partido”.
—Y como francotirador murió—, acota Betancourt en 1975, citando la expresión que él mismo había empleado en la carta de 1940, en un día de 1964, pero dejándole al país el ejemplo limpio de una inteligencia y de una pluma que siempre estuvieron al servicio de Venezuela, de la libertad, de la justicia. De la democracia.

 Fue publicando sus notas año tras año y convenientemente recogiéndolas luego en volumen. Forman parte de esta importante faceta de su obra los libros Signos en el tiempo (1939), Viaje por el país de las máquinas (1954) y Bajo el samán (1963).

Devuelta  a Venezuela,  continuó su labor periodística en diferentes diario siguió escribiendo para los tradicionales diarios capitalinos y, a partir de su aparición en 1943, para El Nacional. En 1945 fue nombrado cronista de la ciudad, responsabilidad que volvió a asumir en 1953 y que ejerció hasta 1964, y en el marco de la cual impulsó la revista Crónica de Caracas. Ya para estas fechas, sus intereses se habían desplazado de la literatura propiamente dicha a la historia. 

Fue entonces cuando publicó dos importantes biografías, una dedicada al general Cipriano Castro (El hombre de la levita gris, 1943), la otra a Arístides Rojas (Arístides Rojas, anticuario del Nuevo Mundo, 1944). Asimismo, su actividad de cronista de la ciudad de Caracas lo llevó a escribir uno de sus libros más interesantes y populares: La ciudad de los techos rojos (1947). 

 Pero en verdad el mayor valor que se le reconoce a Enrique Bernardo Núñez, en cuanto a narrativa, es su aporte a la novelística nacional. Publicó cuatro novelas y un esbozo de novela de la cual sólo se publicaron algunos capítulos en el diario El Nacional, en un intento, como el mismo señaló, por “escribir la novela eterna” y que tituló “Atardecer sobre el muro”. En una primera etapa de su producción novelística hay inseguridad y un afán por darse a conocer como novelista. Dos años después de Sol interior, en 1920 publica su segunda novela Después de Ayacucho, entrando en una temática histórica, utilizando personajes como testigo de los acontecimientos durante el período de la historia republicana. Por medio de sus personajes reconstruye episodios de la Venezuela después de la Independencia. Núñez trata de escudriñar en la historia para explicar y comprender el presente, y este es uno de los aspectos más importantes de su actividad creadora. Aunque recibió muchos elogios, también recibió algunas objeciones. En este sentido Araujo señala: “...Enrique Bernardo Núñez se inicia en la narrativa venezolana con dos novelas de largo metraje, factura estética muy irregular, tesis preconcebida y escasa calidad narrativa a pesar de los placeres (y tal vez por ellos) de la prosa” (1972:102). Núñez no consiguió lo que se proponía.

Su legado historiográfico, Cacao, es una recopilación de sus trabajos de investigación publicada después de su muerte. En el estudio preliminar de esta obra, Orlando Araujo destaca la enorme habilidad de Enrique Bernardo Núñez a la hora de "romper los velos de la fábula con los que las clases dominantes de nuestro país han querido, desde el cacao hasta el petróleo, endulzarnos la historia".

En reconocimiento a sus investigaciones históricas, la Academia Nacional de la Historia lo recibió como individuo de número el 24 de junio de 1948, asignándole el sillón "N".

Enrique Bernardo Núñez va a morir de cáncer el 1 de octubre de 1964

 

 

 

Obras

  • 1918 Sol interior.
  • 1920 Después de Ayacucho.
  • 1931 Cubagua.
  • 1932 La galera de Tiberio.
  • 1939 Signos en el tiempo.
  • 1943 El hombre de la levita gris (biografía de Cipriano Castro).
  • 1944 Arístides Rojas, anticuario del Nuevo Mundo (biografía).
  • 1947 La ciudad de los techos rojos
  • 1954 Viaje por el país de las máquinas.
  • 1963 Bajo el samán.

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