Distintas
causas –de diferentes órdenes– dieron origen a este movimiento. La variable
condición social en que se encontraban los negros y los aborígenes, representa
un motivo de importancia, pues todos los negros aspiraban a ser libres y todos
los indígenas a ser exentos. Así estaban las situaciones cuando llegó la
noticia, en la cual el Rey de España había acordado la libertad de los
esclavos. La cédula que esto ordenaba había llegado a Venezuela, pero las
autoridades reales y especialmente el Cabildo de Caracas se oponían a darle
cumplimiento, por ser atentatoria a los derechos de los propietarios. Para 1790
ésta era una verdad, aceptada por los negros de la serranía, pues un hechicero llamado
Cocofió se había encargado de propagarla por todas las haciendas. Se decía
incluso que José Caridad González, un negro que tuvo la oportunidad de ir a la
Península y logró conseguir con el Monarca títulos de propiedad para los negros
loangos de las tierras de Macuquita, había visto en España la referida cédula.
Dentro de este esquema, el Rey aparecía como un “Santo” dispensador de
bondades, y la autoridad y los amos, como unos seres despreciables. Así se fue
encendiendo el rencor, sembrándose el germen de la rebeldía.
Esta vez
tenían cierta razón los negros por sus sospechas. Se trataba en verdad del
llamado Código Negro, el que, si bien no tenía el alcance que le daban los
esclavos, pues en lo absoluto se refería a la concesión de la libertad, se
establecía un régimen de mayor consideración para ellos.
Otra
causa fue el inicio de la Revolución Francesa, de la cual llegaban noticias.los levantamientos de esclavos liderados por Toussaint-Louverture y las tendencias republicanas que pugnan por imponerse sobre el régimen colonial. A
Coro estas noticias llegaban a través de La Guaira y Curazao. Durante el transcurso de la
guerra franco-española aparecerían con frecuencia los corsarios franceses en
las cercanías del puerto de La Vela. Los terratenientes corianos, quienes
vivían gran parte del año en sus haciendas, comentaban los sucesos de dicha
Revolución.
José Tellería se entera de tales convulsiones y la cuestión le
preocupa, estas
conversaciones las escuchaban los criados y los esclavos quienes las comentaban
entre los suyos. Todas estas cosas llegaban a conocimiento de un negro libre de
nombre José Leonardo Chirino, quien además las escuchaba directamente pues vivía
en la casa de Don José de Tellería, señor a quien servía. Él era hijo de un
esclavo de Don Cristóbal Chirino –de donde venía su apellido– y de una india
libre – caquetía– llamada Cándida Rosa.
José
Leonardo Chirino había acompañado a Don José Tellería en sus viajes de negocios
a Curazao y Haití, donde había observado cómo vivían los negros de esta última
isla, los cuales se habían sublevado, para hacer valer sus derechos y abolir la
esclavitud. ¿Por qué no hacer lo mismo con los negros de la Sierra? Los Viajes,
las conversaciones y la inteligencia de este zambo le permitieron cultivarse y
adquirir cierto prestigio entre los trabajadores de la Sierra coriana, pues
además, era un negro que había vivido experiencias distintas y enriquecedoras,
que el resto de sus iguales. La agitación en que se encontraban los esclavos en
esos momentos hacía la ocasión propicia
Chirino también está al tanto, pero esto, en lugar de
preocuparlo, lo estimula: eso de libertad e igualdad tenía que estimular a alguien que jamás ha visto un movimiento similar en tierra firme.
Asimismo, estableció contacto con el proceso que se vivía en Haití
donde los negros esclavos se habían levantado contra los blancos y
estaban luchando con éxito para obtener su libertad. De regreso a
Venezuela se incorporó a un grupo de conjurados que se reunían en el trapiche de la hacienda Macanillas (Curimagua, Edo. Falcón), entre los que se encontraba José Caridad González, un negro congolés muy informado de las ideas de la Revolución francesa.
En la
jurisdicción de Coro habitaban 3.261 esclavos negros, de ellos 960 en la ciudad
propiamente dicha.
Existía además una comunidad de once mil negros libres y pardos; muchos de
estos negros libres formaban un grupo aparte, con barrios propios; éstos eran
los llamados negros “loango”, la mayoría fugitivos de Curazao. Asimismo, junto
a los grupos indicados anteriormente, formaban parte del cuerpo social los
indios*, divididos en los en dos
grupos: los libres o exentos de tributos (descendientes de los caquetíos) y los
tributarios o “demorados” (descendientes de los Jiraharas y Ayaguas). Para
completar el cuadro social, agregaremos que el grupo blanco –dentro de él los
propietarios de tierras, esclavos y dinero– representaba la minoría
étnico-social, aproximadamente diez por ciento del conjunto en total.
Todo esto le sirvió a Chirino para encabezar el 10 de mayo de 1795
un movimiento armado desde la mencionada hacienda.
Los acontecimientos
A
finales de marzo de 1795, José Leonardo
Chirino empezó a tramar la conspiración con otros dos negros llamados Cristóbal
Acosta y Juan Bernardo Chiquito. En el mes de abril, de regreso de un viaje a
Coro, informó a sus compañeros que se había puesto de acuerdo con José Caridad
González[6],
quien acababa de llegar de Caracas, y le había ofrecido su apoyo, el de sus
amigos, extranjeros que andaban por la costa y de los negros loangos que él
comandaba. Según informaba Chirino, el plan de José Caridad era tomar a Coro,
invadir Puerto Cabello y luego atacar a Maracaibo, contando con la ayuda de los
corsarios franceses. Luego, quedó demostrado que nada de eso era cierto, pero
Chirino supo utilizar el nombre de José Caridad González –negro de gran
prestigio entre la gente de su raza– levantándolo como bandera.
Ciertamente,
en meses anteriores a la insurrección, se escuchaban rumores que parecen haber
llegado desde la Sierra hacia la población negra de Coro, tal como cita Lucas
Guillermo Castillo Lara:
“las especies que más le llamaron la atención, decía
Jacot, fue lo que le refirió el Cura Párroco, Pbro. Pedro Pérez: antes del
levantamiento se hacían unos bailes o zambas en las que cantaban unos versitos
muy deshonestos y se bailaba mil obscenidades; me acuerdo de una que dice: mas
vale negro con placa, que caveza de blanco: candela arriba, candela abajo saca
la muchacha, corta la cabeza, come los zamuros, beva la aguardiente”[7]
Y otro
vecino llamado Nicolás Coronado le mencionó a Jacot otros versos, que también
se cantaban en los expresados bailes “Candela abajo, candela arriba, muera lo
blanco, lo negro viva…”. De ser cierto estos dos testimonios, nos conduce a
pensar que los negros corianos se burlaban de las autoridades y de la
aristocracia de Coro, al bailar y tocar al son de los tambores y en sus propias
narices pronosticar el alzamiento, aparentemente de acuerdo con los futuros
alzados. Esto se expresa en todo el contenido de las coplas, además planeaban
con anticipación la insurrección y la expansión de las ideas de libertad, desde
la Sierra hasta Coro “candela arriba, candela abajo”.
Así
llegó el domingo 10 de mayo de 1795, con el objeto de no despertar sospechas
los conjurados, bajo la jefatura de José Leonardo Chirino organizaron un baile
en el trapiche de la hacienda de Macanillas, Sierra de Coro; el mismo día en la
noche se trasladaron a la Hacienda “El Socorro”, donde dieron el grito de rebelión. Con los
ánimos exaltados, empezaron a poner en práctica sus planes en la propia
hacienda. Asaltaron la casa y mataron al mejicano José Nicolás Martínez, quien
fue la primera víctima; también resultó gravemente herido Ildefonso Tellería.
Después de saquear la casa, pasaron a la Hacienda Varón, donde mataron a José
María Manzanos e hirieron a machetazos a Doña Nicolasa Acosta. Luego
incendiaron las casas de las Haciendas La Magdalena y sabana redonda. De aquí,
ya en la madrugada, regresaron a El Socorro, donde había establecido su cuartel
general.
Jose Caridad Gonzalez |
Los
blancos huían temerosos a esconderse en los montes; uno de ellos, el joven
Manuel Urbina, logró escapar y llevó la noticia a la ciudad.
En la
mañana del once, José Leonardo Chirino designó comisiones y una de ellas salió
a levantar a los negros de Canire y el Naranjal. La que fue a la cumbre de
Curimagua dio muerte a Don Pedro Tellería y a Pedro Francisco Rosillo. Con algo
más de doscientos hombres –negros en su mayoría–, Juan Cristóbal, uno de los
jefes subalternos de José Leonardo, fue
enviado a Coro, con la firme creencia de que esta ciudad caería fácilmente pues
le habían dicho además de no existir fuerza armada, los loangos con José
Caridad González a la cabeza se unirían. A media noche llegaron a la aldea de
Caujarao y ultimaron a los guardias de la aduana; amanecieron allí esperando al
zambo Chirino.
Mientras
tanto, en la ciudad se enteraron de la proximidad de los insurrectos, la mala
organización y calidad de sus armas. Los habitantes de Coro, encabezados por
los principales ciudadanos blancos: el Doctor Pedro Chirino, Don Diego de
Castro y Don Pedro García de Quevedo,
organizaron y armaron junto con las autoridades, una milicia que traía,
además de otras armas, dos cañones pedreros. Bajo el mando del Justicia Mayor
Don Mariano Ramírez Valderraín, se prepararon para el ataque; en enfrentamiento
con Juan Cristóbal Acosta, murieron veinticinco negros y quedaron heridos
veinticuatro. Ramírez Valderraín, alegre por su triunfo fácilmente logrado,
mando a decapitar a los heridos y prisioneros.
Entre el
12 y el 13 de mayo se completó la derrota a los insurrectos, pues a la pequeña
pero bien armada milicia blanca, se le agregaron las milicias de Indias, que
contribuyeron a perseguir y capturar a los fugitivos de la Sierra. Cuando José
Leonardo Chirino iba a reunirse con los
suyos, supo de la trágica derrota; pretendió entonces reorganizar sus fuerzas
con los negros que huían pero ya no era posible. Ante la proximidad de las
comisiones que subían en su búsqueda, optó por internarse en las serranías.
Es
necesario mencionar que, una vez ocurridos los sucesos, la reacción inmediata
de del Teniente de Justicia Mayor de Coro, Don Mariano Ramírez Valderraín, fue
sofocar el motín por los medios más rápidos y expeditos –obviamente violentos-,
matando de inmediato y sin previo procedimiento judicial a los primeros
participantes apresados. Precisamente, por esto fue criticado, alegándose que
sin conocimiento de causa, sin audiencia ni consulta, su aplicación del derecho
ni la justicia, procediera a eliminar y encancelar a un conjunto de personas
que supuso estaban involucradas e el tumulto.
La
persecución que desató Ramírez Valderraín fue atroz[8].
José Caridad González y dos negros más, apresados al presentarse a ofrecer sus
servicios, fueron muertos el mismo día cuando trataban de fugarse. En los días
siguientes, todos los que cayeron prisioneros fueron ajusticiados. Treinta y
cinco, apresados en San Luis, Pecaya y Pedregal, perecieron a golpe de pistola.
Igual muerte corrieron otros cinco que cayeron en Paraguaná. Veinticuatro
detenidos en la Sierra murieron degollados; a otros los decapitaron. Hasta tres
mujeres (Polonia y Trinidad, esclavas de Doña Nicolasa Acosta y Juana Antonia,
morena esclava de Don Francisco Manzano), fueron condenadas al castigo de
azotes. Sus dueños debían deshacerse de ellas, en el término de dos meses,
vendiéndolas fuera de la jurisdicción.
José
Leonardo chirino y los que le acompañaban, fueron atrapados hacia el mes de
agosto, tres meses después de la insurrección, por Juan Manuel de Aguero en el
pueblo de Baragua y llevados a Coro. Como el juicio de allí se vio complicado
por múltiples acusaciones que involucraban a personas como el Dr. Chirino y al
finado José Caridad González en la insurrección, la Real Audiencia de Caracas
tomó cartas en el asunto y José Leonardo fue trasladado a Caracas para ser
juzgado.
El 10 de
diciembre la 1796 la Real Audiencia de Caracas lo condenó “a muerte de horca
que se ejecutará en la plaza principal de esta capital a donde será arrastrado
desde la Cárcel Real y verificada su muerte, se le cortará la cabeza y las
manos y se pondrá aquella en una jaula de fierro sobre un palo de veinte pies
de largo en el camino que sale de esta misma ciudad para Coro y para los Valles
de Aragua, y las manos serán remitidas a esa misma ciudad de Coro, donde una de
ellas se clave en un palo de la propia altura, y se fige en las inmediaciones
de la Aduana llamada Caujarao, y la otra en los propios términos en la altura
de la Sierra donde fue muerto Don José Tellería"[9]
En la
misma sentencia donde se decreta la muerte de Chirino, se toman decisiones
contra otros personajes presos, fugitivos o familiares de los mismos. La
sentencia ordenaba la libertad y perdón de todos los negros “loangos” que
habían sido apresados; fue en cierta forma una tardía absolución a José Caridad
González, asesinado sin derecho a juicio; por esto no quedó suficientemente
clara su participación o no en estos sucesos
Otro
decreto importante de esta misma sentencia fue el destino de la familia de José
Leonardo Chirino, siendo sus miembros sometidos a un status particular, puesto
que se trata sólo de esclavos sujetos a un inventario, sino de la familia del
jefe de la insurrección, a la cual había que vender fuera de la jurisdicción.
Este levantamiento escenificado en la serranía de Coro por un conjunto de esclavos e indígenas tuvo por objeto la abolición de los esclavos
y la supresión de los numerosos impuestos, así como el establecimiento
de un régimen inspirado en el haitiano (la Asamblea Nacional francesa
había otorgado la ciudadanía a los hombres libres
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