Entrevista a Enrique Bernardo Nuñez

 De: Christian Bogado M.

A orillas del Guaire, un fragmento del espíritu nacional lanza su obra de vida entera al río. Tomó la decisión repentinamente, como aquella vez que renunció a la literatura frente al Hudson. Se paseaba por La Candelaria, lugar en el que alguna vez tuvo un apartamento con más libros que espacio, y un atraco a plena luz del día lo llevó a perder finalmente la esperanza. La ciudad de los techos rojos dejó de existir hace rato y enloquecida se transformó en la ciudad de las calles rojas. A su cronista más apasionado, muerto ya en el 64, no le queda más alternativa que enloquecer con ella. 
Enrique Bernardo Núñez nació en Valencia en 1895 y creció en la “Venezuela metida en cintura”. Al principio del siglo XX las cosas eran muy distintas y un escritor, si era bueno en lo que hacía, podía aspirar a ser alguien respetado. Con rabia Núñez comienza por el comienzo y lanza al río Sol interior, su primera novela que le valió la membrecía en la generación del 18. 
̶En esa época ya vivía yo en Caracas y aunque a Valencia siempre la quise ver como el centro de la cultura venezolana, mi espíritu quedó atado a esta ciudad – dice el novelista.
Al viejo fantasma casi nadie lo reconoce en la calle. Ven pasar por ahí a Arturo Uslar Pietri y le dicen “buenos días doctor, ¿cómo está usted?”. Ven pasar a Rómulo Betancourt e incluso los más ignorantes saben: “¿Ese bicho no es el presidente ese?”. Pero al precursor del fenómeno literario latinoamericano, ya desde 1931, casi nadie en su ciudad lo reconoce.
–La conquista enfermó el espíritu de este pueblo – dice el miembro de la Academia Nacional de la Historia – y lo hizo malagradecido.
Los libros caen uno tras otro y se mezclan con toda la porquería que fluye por el intestino de Caracas. A ratos titubea, cuando se encuentra con algo que alguna vez le fue querido.
–A mi esposa la dejé por unos años, pero nunca pude abandonarla del todo – dice mientras se encuentra con su segunda novela, Después de Ayacucho. La escribió poco después de casarse con Mercedes “Mochea” Burgos, con quien tuvo tres hijos. Años más tarde se separaron, pero como muchas otras veces se contradijo y terminó regresando a su lado.
 –En este mundo no habría Vargas Llosas ni Garcías Márquez si no fuera por esta novela – dice antes de escupir y lanzarla al suelo con desprecio. Se referia a Cubagua.
La galera de Tiberio aparece en sus manos y comienza a reír a carcajadas. Parece divertirle la idea de que ese libro le haya causado tantos dolores de cabeza.
–Los imperios de antes son los mismos de ahora – concluye, y ahoga en el Guaire lo que una vez tiró al Hudson.
Un pueblo sin anales, sin memoria del pasado sufre ya una especie de muerte. O viene a ser como aquella tribu que solo andaba por el agua para no dejar sus huellas – dice Núñez, repitiendo su discurso de aceptación en la Academia Nacional de la Historia.
 

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